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Turquía entre Rusia y Estados Unidos: ¿F-35 o S-400?
Las difíciles relaciones entre Turquía y los Estados Unidos han agregado un nuevo tema a la agenda bilateral, un tema con grandes implicancias nivel interno así como a nivel regional. Se trata del interés del gobierno de Erdogan.
El Secretario de Estado, Mike Pompeo, señaló hace unas semanas frente al Comité de Relaciones Exteriores del Senado que si Turquía insiste en comprar los sistemas S-400 quedará fuera del programa F-35.
La respuesta turca no se ha hecho esperar, luego de visitar Moscú el presidente turco Erdogan ha dicho que la primera de las baterías S-400 llegaría el próximo mes de julio y estaría operativa en el mes de septiembre de este año.
Para Turquía, contar con un sistema de defensa de gran altitud y largo alcance como el S-400 representa cubrir una necesidad de sus fuerzas armadas. De acuerdo a los especialistas turcos las ventajas del S-400 son claras frente a los sistemas similares de Estados Unidos (Patriot), de China (HQ-9) o el italo-francés (SAMP/T).
Entre la oferta norteamericana de baterías Patriot y la rusa de S-400, de acuerdo a las fuentes turcas, el punto central no solo ha sido la efectividad del sistema sino la disposición rusa a transferir tecnología y coproducir algunos de los componentes.
El problema que se ha planteado es que Turquía forma parte del consorcio internacional que ha construido e avión de quinta generación F-35. En este programa, en el cual Turquía ha invertido 1.25 billones de dólares, en el cual varias empresas turcas producen el 6% del avión y que le permitía sumar 100 de esas aeronaves a su arsenal legaría a su fin. De hecho, los pilotos turcos que se están entrenado en suelo norteamericano con los dos primeros F-35 turcos verán interrumpido este proceso.
El peligro para Turquía no es solo quedar fuera de este proyecto sino que le sean impuestas sanciones en un momento en el que la crisis económica aún no se ha superado. De acuerdo a la ley de 2017 denominada “Ley de Contrarrestar los Adversarios mediante Sanciones” (CAATSA, por sus siglas en inglés, Countering America’s Adversaries through Sanctions Act), los Estados Unidos pueden sancionar a aquellos países que compren material bélico a Rusia.
Para superar esta situación Estados Unidos han ofrecido como préstamo a Turquía las baterías Patriot que están operativas en el territorio de un aliado (no se ha especificado el usuario) entre 2020 y 2024 y posteriormente Turquía podría recibir, con un descuento significativo, los Patriot nuevos.
Para los Estados Unidos el problema no es que Turquía desee conformar un Sistema Integrado de Defensa Antiaérea con sistemas que opere de manera exclusiva sin intervención de los socios de la OTAN. El problema es que los S-400 podrían recabar información sobre los sistemas IFF y códigos de encriptado del Link 16 que son utilizados por los aviones y barcos de la OTAN. Si Turquía obtiene un F-35 deberá integrar estos dos sistemas a los S-400 y esos datos podrían terminar en manos de países que no son miembros de la OTAN.
Incluso se ha señalado que operar F-35 en la base turca de Incirlik sería complicado por los riesgos involucrados si un sistema S-400 estuviera funcionando.
CONSECUENCIAS DE UNA RUPTURA
Tanto los gobiernos de Ankara como de Washington saben que una ruptura generaría más problemas que beneficios. La salida de Turquía del consorcio que produce el F-35 significaría pérdidas para todos los involucrados. Por un lado el gobierno turco no recibiría los 100 aviones pedidos y sus empresas que participan del consorcio perderían millones de dólares. Pero por otro lado el programa F-35 tendría retrasos ya que otras empresas deberían comenzar a producir las partes que ahora producen las empresas turcas como Turkish Aerospace Industries (TAI), Alp Aviation, Ayesas, Fokker Elmo Turkey (en Izmir), Havelsan, Kale Aerospace, Roketsan, Tubitak Sage y Tusas Engine Industries.
También debería proyectarse un nuevo centro regional de mantenimiento de las turbinas del avión que hasta ahora estaría situado en Turquía.
Turquía, más allá del F-35, vería muy comprometida su capacidad de mantenimiento de los sistemas de armas de origen norteamericano que está operando como los F-16 y los helicópteros Chinook y Black Hawk. Más aún, se detendrían las exportaciones turcas que dependen de licencias norteamericanas como el helicóptero de ataque T129 que construye TAI y que está en proceso de exportación a Pakistán cuya Fuerza Aérea adquiría 30.
Estados Unidos puede ejercer presión en varios ámbitos del sistema de defensa. Así, el director del proyecto F-35 en el Pentágono, Vicealmirante Mathías Winter, dijo al congreso el pasado 4 de abril que se analiza expandir la venta de esas aviones a España, Rumania, Polonia, Singapur y Grecia. Si así fuera el equilibrio en las fuerzas aéreas greco-turcas se rompería a favor de Atenas.
Es cierto que la base aérea de Incirlik en territorio turco podría ser uno de los puntos donde Turquía ejercería presión así como el radar ubicado en Kurecik (en la provincia de Malatya) que forma parte del sistema de Defensa Misilística de la OTAN. De todas maneras, Estados Unidos podría afrontar los costos de dejar de operar en Incirlik tal como ha sucedido en el pasado. No parece ser una carta ganadora de cara al gobierno norteamericano.
Es en el aspecto económico comercial donde Turquía tiene su punto más débil. El 15 de abril el ministro de Finanzas turco, Berat Albayrak, se reunió con el Presidente Trump en la Casa Blanca. Albayrak no solo maneja una cartera muy sensible sino que también es el yerno de Erdogan lo cual parecería indicar que se han discutidos temas muy importantes de la agenda bilateral.
La decisión turca no solo tiene que ver con necesidades militares sino con la degradación de las relaciones bilaterales entre Ankara y Washington. Desde el punto de vista del gobierno de Erdogan, el apoyo norteamericano a los grupos kurdos en Siria vinculados al PKK, así como la negativa a extraditar a Fethullah Gulen acusado de ser el cerebro detrás del intento de golpe de estado de julio de 2016, son considerados temas centrales en los cuales la administración norteamericana no ha mostrado interés en colaborar.
En el mes de mayo vence la exención por seis meses que en noviembre de 2018 Estados Unidos diera a Turquía para seguir comprando petróleo a Irán. En medio del aumento de las tensiones entre Washington y Teherán, la decisión norteamericana de quitar esa exención tendría graves consecuencias para la economía turca.
LA OPORTUNIDAD APROVECHADA POR RUSIA
Tal vez lo más interesante (y peligroso) de la situación en la que está Turquía es que no puede decirle que no a Estados Unidos sin sufrir consecuencias pero tampoco podría abandonar el proyecto de los S-400 sin pagar las consecuencias con Rusia.
La relación ruso-turca, luego de la crisis de 2015 – 2016 por el derribo del avión ruso en territorio turco en noviembre de 2015 y el asesinato del embajador ruso en Ankara en diciembre de 2016 ha logrado superar ese momento de gran tensión.
La diplomacia presidencial ha sido el medio utilizado con mayor intensidad. Erdogan en 2018 ha mantenido 13 reuniones con Putin y 8 conversaciones telefónicas.
Los principales temas de la agenda están conformados por temas tan relevantes como la construcción con tecnología rusa de la primera central nuclear turca de Akkuyu que será completada para 2023. Se ha hablado de la posibilidad de permitir una instalación rusa en parte del puerto de esa localidad (Büyükeceli) de la provincia de Mersin lo que le daría a Rusia una presencia extra en el Mar Mediterráneo. A solo 230 km de la base de Incirlik.
Otro tema central es el gasoducto TurkStream que llevará el gas ruso a través del Mar Negro a Turquía. Finalmente, por citar tan solo los temas más relevantes, está la situación en Siria donde el gobierno turco y el ruso, junto con el iraní, están vinculados en una compleja trama de intereses complementarios y opuestos a la vez.
En este contexto, la decisión turca de comprar los sistemas S-400 puede entenderse como una clara voluntad de acercarse a Rusia como respuesta a lo que el gobierno de Erdogan ve como una falta de respuesta adecuada a sus intereses por parte de Washington. Turquía, en este sentido, tendría mucho que ganar pero si la presión norteamericana obliga a un cambio de política, decirle que no a Rusia no será gratuito.
Así, podemos hablar de una gran movida diplomática rusa ya que cualquiera sea la decisión final de Turquía generará un beneficio para Moscú. Si Turquía compra los S-400 los beneficios directos e indirectos serán importantes y si Turquía decide retirarse seguramente obtendrá alguna compensación.
LAS OPCIONES SOBRE LA MESA
Desde nuestro punto de vista, ni Turquía ni Estados Unidos están interesados en una ruptura. De ahí que las negociaciones aún sigan abiertas.
La estrategia turca se ha centrado por un lado en señalar que para los socios de la OTAN no habría ningún impacto si el gobierno de Ankara compra los sistemas rusos. En ese sentido se ha señalado que Grecia y Eslovaquia tienen sistemas S-300 en sus arsenales (los de Grecia fueron comprados originariamente por Chipre mientras que los de Eslovaquia provienen de la época soviética) sin que ello haya puesto en peligro las capacidades de la OTAN. Para los Estados Unidos el problema central, como lo hemos señalado, radica en los problemas derivados de operar el F-35 junto con el sistema ruso, de ahí que los casos griego y eslovaco no sean relevantes.
El siguiente paso dado por Ankara ha sido el de asegurar que los S-400 serían incluidos en un sistema de defensa nacional turco sin conexión con los sistemas operados por la OTAN. También se ha planteado posibilidad de separar geográficamente ambos sistemas: los S-400 para proteger Estambul y Ankara y desplegar los F-35 en la provincia de Malatya (al sudeste del país), o avanzar con la compra de los S-400 para transferirlos a otro país (se han mencionado como destinos Azerbaiyán, Qatar o India). Ninguna de estas posibilidades parece aceptable para Washington o incluso materializable.
La propuesta del ministro de Relaciones Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, ha sido la de conformar una comisión mixta para analizar las implicancias técnicas lo cual no fue aceptado por Estados Unidos.
Nada de lo mencionado debería hacernos pensar que la posición de fuerza de Estados Unidos sobre Turquía en el ámbito de la defensa o en cuanto a las relaciones económicas asegurará la aceptación lisa y llana de la postura norteamericana.
La administración norteamericana es consciente que tiene mucho que perder si no se encuentra una solución diplomática aceptable para ambas partes, no hay lugar para una imposición.
El peligro subyacente es generar una ruptura entre Estados Unidos y Turquía que acerque peligrosamente, desde el punto de vista norteamericano, a Turquía y Rusia.
Pensemos por ejemplo en la posibilidad de que Turquía fuera del programa F-35 decida considerar otras posibilidades para modernizar su fuerza aérea lo cual no parece ser una salida fácil. Si tomamos en cuenta que otros aviones de quinta generación que están en producción como el F-22 norteamericano o el J-20 chino no están disponibles para exportación las opciones turcas se reducen sensiblemente.
Allí aparecería Rusia con la posibilidad de vender sus Su-35 tal como, según reportes de prensa, se estaría planeando con Egipto. Aunque la administración norteamericana estaría presionando a Egipto para que esa compra no se concrete los costos para Washington en términos políticos y diplomáticos serían muy importantes. Estados Unidos no puede al mismo tiempo mantener alejados y sancionados a los tres países más poblados de la región: Irán, Turquía y Egipto.
CONCLUSIONES
La incómoda posición turca se mueve entre comprar los S-400 quedando fuera del programa F-35, pagando los costos económicos de sanciones por parte de los Estados Unidos y con la dificultad de conseguir un sistema similar que le permita modernizar su flota aérea basada centralmente en los F-16.
La otra opción es la de dejar sin efecto el contrato con Rusia con el consiguiente costo diplomático en otras áreas de gran importancia para Turquía como Siria, seguridad energética o transferencia de tecnología en áreas sensibles.
Hay dos puntos de esta situación que merecer ser considerados: En primer lugar, la forma en la que Rusia está utilizando los elementos de poder con que cuenta para fortalecer su posición en Medio Oriente: Irán y Siria claramente están del lado ruso, Egipto y Turquía están siendo tentados en los campo de la defensa y la cooperación económica, mientras que Israel y Arabia Saudita ya no pueden ser considerados como países cuya relaciones con Moscú tienen un lugar secundario. Si a esto le agregamos los intentos de mediación en los conflictos de Yemen y Libia tendríamos una imagen completa de la presencia rusa en la región. Todo este despliegue, no exento de limitaciones por cierto, hubiera sido impensable hace diez años.
En segundo lugar, la posición post unipolar de los Estados Unidos en Medio Oriente que representa un gran desafío ya que aunque cuenta con muchas herramientas de poder duro (poder militar y económico) requiere de la utilización intensiva de sus medios diplomáticos para lograr sus
objetivos.
Paulo Botta
Nota: Este artículo será publicado en el próximo número de Zona Militar.