Se celebró en la UNDEF el 1° Foro Internacional de Inteligencia Artificial y Defensa Nacional

La idea de que la guerra ha cambiado se repite con una liviandad alarmante. Se afirma en foros, conferencias y documentos técnicos como si bastara enunciar esa mutación para comprenderla. Pero el verdadero desplazamiento no ocurre en el campo de batalla, sino en los sistemas que lo preceden y lo exceden: redes de energía, nodos logísticos, satélites de observación, plataformas de datos, modelos predictivos. La ofensiva ya no es cinética; es estructural. Y lo más grave es que se produce en la total indiferencia de quienes aún piensan la defensa desde coordenadas anacrónicas. La guerra, en su versión contemporánea, no se libra con fusiles sino con algoritmos; no conquista territorios, desestabiliza infraestructuras; no se anuncia, se ejecuta en silencio.

Durante el desarrollo del 1° Foro Internacional de Inteligencia Artificial y Defensa Nacional organizado por la Universidad de la Defensa Nacional y la Fundación TAEDA, Brian Fonseca, director de Cybersecurity@FIU, planteó que “cada organización militar ya es una organización de IA”. No se trata simplemente de usar nuevas herramientas, sino de incorporar una capa que reconfigura el sentido mismo de lo militar, desde la logística hasta la doctrina de fuego.

América Latina entra a esta nueva cartografía con una desventaja que no es solo tecnológica: es epistemológica. Persisten los reflejos de una región que se piensa como retaguardia, como espacio marginal del conflicto global. Sin embargo, la supuesta lejanía de los centros de poder no protege: al contrario, vuelve más frágiles los tejidos críticos sobre los que se apoya toda soberanía contemporánea. Porque en la nueva gramática del conflicto, no hay periferias: sólo vectores de vulnerabilidad. Cada router mal configurado, cada contrato de nube sin condiciones, cada modelo de IA sin trazabilidad puede convertirse en un caballo de Troya. La arquitectura misma del Estado está expuesta.

Mientras las potencias configuran ecosistemas de ciberdefensa con arquitecturas híbridas —donde conviven agencias gubernamentales, corporaciones tecnológicas, universidades y laboratorios militares—, los países sudamericanos permanecen atrapados en una dependencia estructural de tecnologías, protocolos y estándares ajenos. La tercerización del pensamiento estratégico en materia de inteligencia artificial no se limita a la adquisición de software o servicios cloud: se extiende a la delegación tácita de marcos lógicos y prioridades operativas. Como advirtió Kelli De Faria Cordeiro, coordinadora técnica del Estado Mayor Conjunto de Brasil, “la gobernanza de los datos de defensa no puede delegarse. Puede externalizarse casi todo, salvo ese núcleo. Sin datos propios, no hay inteligencia militar, solo simulacros”.

De Faria Cordeiro remarcó que mantener data centers on-premise es hasta 15 veces más costoso, pero garantiza control físico, autonomía energética y seguridad operacional, aspectos indispensables para evitar una dependencia estratégica. Propuso infraestructuras regionales conjuntas como camino hacia la soberanía digital.

El reciente Foro Internacional de Inteligencia Artificial y Defensa Nacional, organizado por la Universidad de la Defensa Nacional junto a la Fundación TAEDA, dejó en claro que el desfase entre la velocidad del cambio tecnológico y la inercia institucional es insostenible. Por primera vez, se reunieron en Buenos Aires especialistas de Estados Unidos, Israel, Brasil y Argentina para debatir en profundidad las implicancias geopolíticas, operativas y éticas de la inteligencia artificial aplicada a la defensa. Lo que emergió no fue un catálogo de soluciones, sino un espejo incómodo: la región carece no sólo de capacidades, sino de preguntas estratégicas propias.

Brian Fonseca, director de Cybersecurity@FIU, lo planteó sin eufemismos: “Cada organización militar ya es una organización de IA. La diferencia radica en cuán consciente es de ese hecho. La inteligencia artificial no es una herramienta más: es una capa que reconfigura el sentido mismo de lo militar, desde la logística hasta la doctrina de fuego”. Fonseca insistió en que la brecha ya no es entre tener o no tener IA, sino entre administrarla con soberanía o quedar sometidos a una opacidad sistémica donde las decisiones se desplazan hacia artefactos sin responsabilidad política.

Pero no se trata solo de implementación. La IA introduce un problema más profundo: la erosión del control humano significativo. ¿Debe un misil autónomo decidir sobre un blanco aéreo sin intervención humana? ¿Qué ocurre si derriba un vuelo civil? ¿Quién responde? El programador, el comandante, el algoritmo, ¿el Estado? Fonseca trajo al foro los cinco principios éticos adoptados por el Departamento de Defensa de EE. UU.: IA responsable, equitativa, rastreable, confiable y gobernable. Cinco palabras que funcionan más como advertencia que como marco normativo. Sin ellas, todo sistema autónomo es una caja negra con capacidad letal.

Mientras tanto, en el terreno real, los ataques ya no son teóricos. Nimrod Kozlovski, experto en cibercrisis y fundador de Cytactic, detalló la emergencia de un ecosistema de ofensivas automatizadas donde los deepfakes suplantan CEOs, el malware se genera por software, y los “empleados ficticios” logran acceso a sistemas críticos mediante entrevistas de trabajo simuladas. Lo inquietante no es la sofisticación técnica, sino la velocidad: ataques completos de ransomware se ejecutan en 51 minutos. “Responder con manuales impresos es suicida”, dijo. Y agregó: “la única respuesta viable es una arquitectura de defensa automatizada, capaz de adaptarse en tiempo real a ataques que ya no siguen secuencias humanas”.

Frente a esta dinámica, América Latina parece aferrarse a lógicas defensivas analógicas para amenazas digitales. Hugo Miguel —ex Subsecretario TIC de Argentina— introdujo un concepto clave: ingeniería ontológica como base de una soberanía algorítmica. “No basta con tener software: hay que tener lenguaje. Sin vocabularios locales, sin grafos propios, cualquier modelo de IA importado nos malinterpreta. Y cuando eso ocurre en el ámbito de la defensa, se pierde no solo eficacia, se pierde capacidad de decidir”. Esta afirmación condensa una advertencia mayor: el colonialismo no se impone ya por cañones ni por deuda externa, sino por arquitecturas invisibles que deciden antes de que pensemos.

El desafío no es solo técnico sino conceptual: la integración de sistemas algorítmicos exige cuadros militares y civiles capacitados no solo en tecnología, sino en auditoría ética y estratégica de modelos de IA, un requisito imprescindible para no ser meros consumidores.

La pregunta que sobrevoló el foro —y que atraviesa este tiempo— es cómo construir soberanía digital desde Estados que dependen de proveedores globales para procesar sus propios datos. La nube pública aparece como una solución funcional, pero a un costo estratégico inadmisible. De Faria Cordeiro expuso con claridad el dilema: mantener data centers on-premise cuesta hasta 15 veces más, pero ofrece control físico, autonomía energética y seguridad operacional. Su propuesta concreta: infraestructuras computacionales conjuntas en el marco de alianzas regionales. “Los datos de defensa son el nuevo petróleo. Sin capacidad de refinarlos en casa, solo seremos consumidores”, sentenció.

Lo más inquietante del escenario actual es que los dispositivos algorítmicos están diseñados para operar con una velocidad, una opacidad y una autonomía que desbordan los marcos de decisión convencionales. Y no hay doctrina latinoamericana, ni formación militar, ni legislación que esté en condiciones de absorber ese cambio. Como advirtió Fonseca, incluso los expertos en IA están siempre “cuatro generaciones por detrás” de lo que realmente circula en los laboratorios más avanzados. En ese sentido, el rezago ya no es una condición a superar: es una amenaza en sí misma.

Sin embargo, el Foro dejó también un indicio de ruta. Todos los expositores coincidieron en que no hay salida unilateral. Ni técnica. La defensa nacional del siglo XXI no puede pensarse sin una infraestructura algorítmica soberana, sin capacidad de diagnóstico automático de amenazas, sin cuadros que auditen modelos de aprendizaje automático, sin marcos éticos flexibles pero exigentes. Todo esto exige una reforma profunda del pensamiento estratégico, una integración real con el sistema científico-tecnológico, y una redefinición del concepto mismo de seguridad nacional. Se trata de repensar la defensa como construcción multidisciplinar, multiactoral y multiescalar.

No se trata de militarizar el ciberespacio, sino de politizarlo. De asumir que allí también se expresa el conflicto por la autonomía, por la capacidad de decidir, por el derecho a existir con voz propia en un mundo cada vez más gobernado por infraestructuras opacas. Porque en este teatro sin balas, donde el enemigo no se identifica y la agresión no deja cráteres, el silencio es la forma más eficaz de la derrota.

Argentina tiene talento, capacidades científicas y una posición geopolítica que la obliga a asumir este debate. Lo que falta no son recursos, sino voluntad estratégica. El Foro fue un primer paso. No una respuesta, pero sí un giro: por fin comenzamos a preguntar lo que importa.

Lecciones del Foro internacional sobre inteligencia artificial y defensa nacional.

¿Qué defensa es posible cuando la amenaza se revela inmaterial y sin rostro? La irrupción de la inteligencia artificial en el campo de la defensa no representa solo una tendencia tecnológica global: es una interpelación directa a nuestras categorías tradicionales. Soberanía, autonomía, seguridad, mando, ética: todos estos conceptos entran en crisis frente a una tecnología que transforma el modo en que se produce, circula y decide la información estratégica.

Durante las cuatro horas en las que se desarrolló el Foro Internacional de Inteligencia Artificial y Defensa Nacional en la UNDEF, esa inquietud se volvió eje de un diálogo abierto sobre un modelo de mundo que estamos aceptando por inercia. Un mundo donde la defensa ya no se organiza en líneas, sino en nubes; donde el enemigo no se despliega, sino que se infiltra; donde la amenaza no se anticipa, sino que se entrena.

En ese contexto, la Argentina no puede quedar al margen. Sostener una política de defensa nacional con sentido propio exige participar activamente en el debate sobre inteligencia artificial. No alcanza con adquirir capacidades: es necesario construir los marcos desde los cuales comprenderlas, orientarlas, regularlas. Esto no es solo una cuestión técnica, sino una tarea política. Requiere deliberación, institucionalidad y decisión estratégica.

La inteligencia artificial no debe entenderse como un mero insumo tecnológico. Es una nueva gramática del poder, un lenguaje que reconfigura relaciones entre actores, redefine los tiempos de acción y tensiona el lugar de lo humano en el dispositivo militar. Integrarla no implica simplemente adoptar un software, sino revisar nuestras estrategias y nuestra filosofía política.

Una de las lecciones más potentes que dejó el foro es que pensar en clave regional no es solo un gesto diplomático, sino una condición de posibilidad. Brasil, Argentina y otros países del sur comparten desafíos tecnológicos, brechas institucionales y grados similares de dependencia estructural. La cooperación en inteligencia artificial no debería limitarse al ámbito académico: podría ser el punto de partida para una política de defensa común, soberana y anticipatoria.

No hay soberanía sin inteligencia —no solo artificial, sino crítica, colectiva y situada. La tecnología no es neutral; adoptarla sin una arquitectura conceptual y política propia conduce, más temprano que tarde, a nuevas formas de subordinación.

El foro no ofreció respuestas cerradas. Pero hizo algo más urgente: abrió las preguntas que hacen falta. En tiempos de automatización y obediencia ciega al mandato de la eficiencia, ese gesto —pensar en voz alta, colectivamente, desde el sur— ya es una forma de resistencia.