
21 May Defensa nacional y geopolítica hemisférica
La mutación del orden unipolar hacia un mundo de tensiones múltiples redefine los intereses geoestratégicos globales. El Atlántico Sur, hasta hace poco periférico, se convierte en un espacio clave para pensar la soberanía, los recursos y la proyección del poder.
Autor: Dr. Juan José Borrell, Profesor Titular de Geopolítica en la Universidad de la Defensa Nacional
Frente al convulsionado tablero geopolítico mundial, ¿cuál es para la Argentina la posición más conveniente? Interpretar los hechos internacionales requiere claridad y prudencia, pero en materia de Defensa se precisa también resolución. En este sentido, la adquisición efectiva de sistemas de armas para recuperar la capacidad disuasoria y de vigilancia del espacio nacional, como sucede con los aviones caza F-16 para la Fuera Aérea, las aeronaves Lockheed Orion y Beechcraft Hurón para la Armada, así como los helicópteros Bell y la modernización de tanques TAM para el Ejército, entre otros despliegues técnicos en marcha, son una materialización de la visión estratégica revitalizada que sostiene la actual gestión ministerial.
Entre la velocidad reactiva de las finanzas globales y la sobreactuación mediática de las últimas semanas, sumado a la recurrente nebulosa económica argentina, que distraen de lo estratégico y de lo gravitante para el interés nacional, ¿cuáles son las señales globales que indican un rumbo geopolítico?
A principios de mes, el Secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, en visita especial a Panamá, afirmó que “el creciente y hostil control por parte de China de territorios estratégicos e infraestructuras críticas en este hemisferio no puede y no podrá perdurar”. Junto con autoridades del país centroamericano, firmó un memorándum para reinstalar bases militares y asegurar que China no opere en el Canal interoceánico. Según la nota publicada el 9 de abril por el Departamento de Defensa en su sitio web, para el Gobierno de Estado Unidos “la era de la capitulación ante la coerción por parte de los comunistas chinos ha terminado”.
Mientras algunos malinterpretan como síntoma de debilidad la intención de la gestión Trump de concertar con Rusia un alto el fuego en Ucrania, o se mofan de las marchas y contramarchas arancelarias respecto a Europa y China, opinando a la ligera sobre un supuesto “fin del orden global” centrado en la hegemonía de los Estados Unidos, la superpotencia militar del norte reacomoda sus prioridades geoestratégicas de acuerdo a una visión realista. Ante la irrefrenable tendencia mundial hacia la multipolaridad —esto es, la conformación de bloques regionales y potencias medias emergentes—, Washington parece estar replegándose sobre el hemisferio occidental.
Según esta concepción pragmática de la geopolítica, una prioridad histórica de los Estados Unidos es articular una pan-región americana, iniciativa incluso anterior a su proyección sobre Europa desde la Primera Guerra Mundial. Esto implica jerarquizar intereses espacialmente más cercanos y anteponer una Realpolitik con el vecindario americano. Para asegurar el núcleo continental, Estados Unidos tenderá naturalmente a gravitar en un eje vertical proyectando esferas de influencia. Esta es la clave para entender la “visita” a Panamá, más allá del discurso con algo de cosmética macartista respecto al gigante asiático.
En la misma línea, a principios de año, tras asumir la presidencia, Trump refirió sobre sus vecinos geográficos del norte: manifestó la intención de que Canadá pase a ser otro estado más de la Unión y también propuso adquirir Groenlandia a Dinamarca. Más allá de que tales planteos puedan o no concretarse, la retórica revisionista quebró lo diplomáticamente correcto dentro del bloque aliado y alteró la percepción de la zona de confort del Commonwealth británico.
Un Estados Unidos de una Gran Norteamérica, ampliado territorialmente desde el Ártico hasta las alambradas antiinmigrantes contra México y el Golfo (renombrado “de América”), más los enclaves y bases navales en el Caribe consolidando la figura de un “Mediterráneo estadounidense”, ¿no legitimaría un efecto contagio de anexiones en el continente euroasiático? Para el Washington republicano, las potencias rivales —Rusia y China— están respectivamente: una librando una guerra defensiva en su propia frontera, y otra en una expansión de naturaleza no militar. Además, sostener un orden globalista más allá de cierto límite conlleva el riesgo de sobre-estiramiento y fractura.
La crispación por los dichos de Trump —o del incisivo vicepresidente Vance en la cumbre OTAN de febrero en Múnich— no parece proceder del deseo de frenar la guerra en suelo europeo. De hecho, la escalada que impulsan Londres y la Unión Europea avanza hacia una colisión contra el impávido iceberg ruso. Desde un panorama macro, no sería hoy Washington quien presiona para extender el escenario bélico del Donbás hasta París.
En el gran tablero euroasiático, como definía Zbigniew Brzezinski, actualmente el papel “conservador” que juega Estados Unidos implica que llegó el momento de reordenar y reconstruir Ucrania. Para quienes vaticinan una “derrota de Occidente”, cabe aclarar que congelar la contienda no implica desmantelar más de 120 bases estadounidenses entre el Mar del Norte y el Extremo Oriente, ni repatriar más de 150.000 tropas, ni expulsar de la OTAN a los países incorporados en las últimas tres décadas, ni retraer la frontera a Berlín como en 1989.
Ante este contexto mundial, ¿Argentina debería haber continuado con una línea miope de involucrarse en un teatro de guerra lejano y ajeno —sin ganancias de ningún tipo y arruinando además sus relaciones diplomáticas—, o, a la inversa, reorientar el rumbo y volver a sostener su histórica conducta de conformar una zona de paz? Los hechos actuales confirman la importancia de haber interpretado agudamente las señales y reaccionado a tiempo ante el giro estratégico de la superpotencia del norte.
En materia de Defensa, Argentina vislumbra hoy un camino pragmático. Dada la orientación hemisférica de la visión geopolítica actual, esto le permite cursar el proceso paulatino pero firme de reconstitución de capacidades disuasivas. Cabe destacar que ello marca un abismo de diferencia respecto de gestiones anteriores, que comprometieron la posición nacional permitiendo la instalación en Neuquén de una base espacial militar china de uso dual —parte de la Red de Espacio Profundo del gigante asiático—, atrayendo la atención del Pentágono y propiciando las visitas del USSOUTHCOM a la parte más austral del hemisferio.
La creciente relevancia geoestratégica del espacio ampliado del Atlántico Sur y de la Antártida en la pugna entre potencias mundiales sitúa a la Argentina ante la premura de fortalecer alianzas de largo plazo en el Cono Sur y a escala continental. Con la octava superficie territorial del planeta y una amplia zona marítima adyacente —ocupada en parte y disputada su soberanía por potencias extra-regionales—, el país necesita capacidades que aún no alcanzan lo ideal. Sin embargo, el camino emprendido en Defensa evidencia decisión política y confiabilidad, avanzando dentro del mundo real de lo posible.