Realismo y diplomacia frente al nuevo desorden internacional

Por Julio R. Lascano y Vedia, embajador, profesor titular de la UNDEF.

Las guerras en curso, el debilitamiento de los organismos internacionales y el avance de actores económicos transnacionales han transformado el sistema mundial en una arquitectura inestable, donde las reglas ceden ante las relaciones de fuerza. Comprender este escenario exige abandonar el idealismo y volver a herramientas diplomáticas y analíticas con sustento científico.

La pandemia tendió a reforzar “una lectura de la política internacional apoyada en los supuestos del realismo político en torno a la conflictividad y la irreductibilidad de intereses, sumando a las crecientes rivalidades geopolíticas un armamentismo y una lucha por el poder y la hegemonía entre los actores más poderosos con diversa distribución de capacidades, dejando de lado visiones más cooperativas”. En el mismo sentido hemos escrito que “la ciencia nos da la verdad, y solo a partir de allí y alejándonos de los análisis ideológicos es que podemos superar este nuevo panorama internacional para abocarnos a un estudio académico y diplomático, donde lo científico regule las leyes reales que rigen los Estados, el poder, las riquezas, las ambiciones y demás condicionantes y determinantes que actúan sobre la formulación de políticas internacionales”.

La geopolítica atraviesa un nuevo estadío en las ciencias sociales y en las relaciones internacionales. Se encuentra afectada por un panorama mundial complejizado, que ha superado las teorías clásicas que desde el idealismo, la interdependencia y el constructivismo intentaron en el siglo XX justificar las causas y consecuencias de las guerras. No lo lograron o fueron insuficientes. Este fracaso no implica un juicio sobre las autorías, pero sí exige aceptar esta afirmación científica.

La guerra entre Rusia y Ucrania es un conflicto diplomático con historia, que se encendió ante la aparición de nuevos intereses económicos de Ucrania y el involucramiento directo de la Unión Europea. Se extendió más allá de los límites previstos por analistas europeos y terminó involucrando a Estados Unidos y otros actores poderosos, con intereses concretos en recursos estratégicos. La diplomacia, como herramienta política, continúa siendo fundamental para la solución de conflictos, más allá de los ataques bélicos armados.

En el caso del conflicto árabe-israelí, el análisis envuelve elementos geopolíticos, estratégicos, religiosos y espirituales que se unen a un conflicto permanente que continúa generando confrontaciones, treguas, negociaciones y pactos a partir de un nuevo desborde unilateral, con la participación de alianzas regionales. La reacción israelí, las pérdidas humanas, el desarrollo nuclear y las alianzas regionales forman parte de una batalla civilizatoria que continúa generando confrontaciones, treguas y pactos.

También cabe analizar la intervención del hegemón norteamericano, que procura una intervención externa mayor en la confrontación con el objeto de encontrar un escenario que permita el reordenamiento de elementos políticos y económicos internos y una estrategia reordenada en el orden externo mundial. Los Estados Unidos vuelven en el curso de su historia política y militar a responder con la fuerza gravitante de un enorme aparato militar y tecnológico extendidos al conflicto. Lógicamente la respuesta contra Irán explicita la balanza de la negociación política, geopolítica y económica para que todo ello termine por favorecer al hegemón en primer término, en una escalada mundial que aún debe recurrir a mayores definiciones.

Mundialización económica y financiarización

Podemos así visualizar una política internacional en la que los actos de los Estados, las alianzas y las corporaciones estratégicas y económicas no se armonizan ni con un esquema multilateral desvanecido y debilitado, ni con una diplomacia previsible. Henry Kissinger ha señalado en distintas obras y conferencias que los intereses mundiales se ordenan cuando confluyen con los intereses de los Estados Unidos. En ese pensamiento puede comprenderse un panorama de belicismo y guerras permanentes, que conviven con un reordenamiento aún en proceso.

En ese marco, potencias como China y otros Estados ricos priorizan mantener un equilibrio que los aleje de las alteraciones de la esfera occidental, a fin de preservar sus planes de crecimiento apoyados en instituciones multilaterales hoy frágiles. A partir de esto corresponde atender al segundo componente: la mundialización de la economía. El multilateralismo del siglo pasado propuso la globalización como motor de crecimiento para los países partícipes de la última revolución industrial y tecnológica, así como para aquellos en desarrollo. Sin embargo, esa expectativa globalista de cooperación y solidaridad no generó frutos de crecimiento ni desarrollo. El mundo de posguerra y el final del siglo XX dieron paso a un panorama de desigualdad hasta ahora inédito.

Los Estados nacionales y el sistema internacional se alejaron de los éxitos previstos en Bretton Woods, las rondas del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio y la Organización Mundial de Comercio. Las normas fueron sistemáticamente vulneradas, y el funcionamiento financiero internacional se volcó a préstamos y posicionamientos de intereses que generaron una burbuja financiera impensable, desvinculada de la economía productiva real, con vida y lógica propias dentro del sistema financiero global.

Este sistema de financiarización de la comunidad mundial y de las economías estatales ha impedido todo intento de regresar a objetivos de cooperación o multilateralismo. Ha permitido, además, que las corporaciones económicas surgidas de esos mismos mecanismos financieros —así como las grandes inversiones especulativas— adquieran un volumen de influencia cercano al treinta por ciento de la economía mundial real y productiva. Se ha configurado así una burbuja natural de inversiones y de comercio internacional que, en algún momento, iniciará también su caída.

Las instituciones han abandonado sus funciones de apoyo al financiamiento global y hoy buscan sostener sus propios esquemas de crecimiento, desvinculados de los objetivos estatales. No responden ni a economías liberales ni a modelos proteccionistas, sino únicamente al sostenimiento de la burbuja financiera. Esto alimenta la concentración de riqueza en grandes grupos que gestionan bienes de miles de empresas transnacionales, facilitando además negocios vinculados a la venta de armamento, las tecnologías de la información, la inteligencia artificial, las telecomunicaciones, el mercado inmobiliario y la apropiación de tierras. En ese marco, muchas de las guerras permanentes del nuevo esquema geopolítico alimentan necesidades estatales a partir de préstamos provenientes de estas corporaciones, consolidando así una mundialización económica de carácter transnacional.

Caída del orden multilateral

El orden multilateral ha sufrido un proceso de decadencia vinculado a la desconfianza y al desinterés creciente de los Estados. Esto ha afectado seriamente la acción y la imagen de los organismos internacionales y del sistema de Naciones Unidas.

El desinterés creciente de los Estados en apostar y exponer sus objetivos geopolíticos y estratégicos ante formatos que consideran decadentes y desprestigiados, con escasa fuerza en la política internacional, ha afectado gravemente la acción y la imagen de los organismos internacionales, así como de gran parte del sistema de las Naciones Unidas. Muchos de estos organismos han sido reemplazados por la proliferación de nuevos grupos informales e inorgánicos. El Grupo de los 7 y 8, y el G20 —que nació como una reunión de ministros de Hacienda e Industria a fines del siglo pasado— terminaron convirtiéndose en foros necesarios de interconsulta, con participación de líderes estatales y órganos supranacionales como la Unión Europea. La OCDE también ha sufrido los efectos de esta defección, aunque se mantiene como modelo europeo de equilibrio macroeconómico, crecimiento sin inflación y paradigma de ordenamiento económico deseable.

El Foro de Davos y los múltiples encuentros de líderes políticos y empresariales —bajo diversos formatos y conferencias senior— han reemplazado numerosos foros mundiales orgánicos, generando resoluciones y decisiones por fuera de los marcos formales del sistema de Naciones Unidas, y avanzando en lineamientos sobre las economías y los formatos comerciales y financieros de los Estados. No obstante ello, en un mundo crecientemente complejo desde el punto de vista geopolítico, resulta necesario pensar soluciones científicas que permitan explicitar nuevas propuestas de ordenamiento mundial y reformas al sistema de Naciones Unidas, junto con la imprescindible reglamentación de ONG y conferencias paralelas. Si estas lograran nuevamente aunar objetivos comunes en torno a la paz y la seguridad internacional, y se alejaran del sostenimiento de posiciones de compromiso y mera observación, podrían recuperar un lugar de intervención real en el escenario mundial, desde posturas objetivas, pragmáticas y útiles para un nuevo orden global.

Tecnología, inteligencia artificial y poder

Las nuevas tecnologías han generado afecciones comunitarias que pueden considerarse positivas y negativas. Las conocidas afecciones de la inteligencia artificial se manifestaron negativamente en los cambios en los sistemas laborales y de empleo, las violaciones a la privacidad y seguridad de los individuos, la promoción de la discriminación negativa y el crecimiento de las dependencias y adicciones a la tecnología. Surge así la necesidad inmediata de conductas éticas y responsables para el manejo de la inteligencia artificial.

En el plano positivo, esta misma inteligencia nos ha favorecido poco a poco en ámbitos como la salud, la generación de mayor eficiencia y en los contenidos y formatos de la instrucción y la educación en general. Además, la inteligencia artificial afecta a las ciencias sociales y políticas en el análisis de datos, la creación de modelos de simulación, la automatización de tareas y el análisis interno del contenido de las redes sociales.

La afección más grave de la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, entendemos, se encuentra en la generación de elementos de precisión mortíferos aplicados en las guerras modernas, así como en el principio absoluto del valor y poder de manipulación tanto de los Estados como de individuos privados. Las nuevas tecnologías pueden ser decisivas en la vida y la muerte, en los conflictos bélicos y en el ejercicio del poder y su manejo negativo.

También es grave la obsesión tecnológica del individuo, que lo aleja de la educación, la justicia, la ecología y los beneficios del medio ambiente, y lo aparta de la batalla digna contra el cambio climático. Quizá el efecto más grave es que la tecnología, utilizada de manera negativa o frívola, sin intención de causar esta caída, ha alejado al hombre de la cultura y la libertad.

Juan Archibaldo Lanús dice que “En esas grandes megalópolis existe el sueño de una libertad que solo puede garantizarse en el silencio de lo natural o en el placer de una experiencia cultural. El retorno a la naturaleza o la inmersión en la cultura es el encuentro más anhelado de quienes ansían el alimento vivificado de la libertad. El ser humano trata con frecuencia de liberarse de las consolas de la productividad y del cálculo económico. Allí, en contacto con la naturaleza o la cultura, se encuentra la frescura que permite tanto la conexión con el todo como la creatividad, que es el impulso más original del ser humano. Los movimientos ecológicos están cada vez más presentes en la actualidad en casi todas las sociedades, porque representan puertas hacia un espacio donde se puede respirar sin desconfianza y porque levantan las banderas más emblemáticas de la lucha por la supervivencia de un planeta que está alevosamente maltratado. La otra plataforma es la cultura abierta a la actividad del conocimiento y la creatividad; allí se da el encuentro y el triunfo definitivo de la libertad de hacer y ser”.

Sobre ello dejamos la inquietud de que las nuevas tecnologías aún son una cuestión pendiente para estudiar de modo científico y académico, analizando sus beneficios, alcances, límites y objetivos, que debieran ser valorados en la geopolítica, la estrategia y las relaciones internacionales.