Por Mesa Editorial de la Revista FORTÍN\
El 15 de noviembre de 2017, el silencio del ARA San Juan dejó al descubierto algo más que una falla técnica: la incapacidad de Argentina para ‘ver’ lo que ocurre en sus propias aguas. A 7 años de la tragedia, con la presencia británica en Malvinas como telón de fondo, Argentina encara una inversión millonaria en submarinos Scorpène. ¿Por qué es urgente recuperar la capacidad submarina para custodiar el Mar Argentino?
El 30 de noviembre de 2024, el ministro de Defensa Luis Alfonso Petri y el jefe de la Armada, vicealmirante Carlos María Allievi, rubricaron en París la carta de intención para la compra de tres submarinos clase Scorpène a la empresa francesa “Naval Group”. El acuerdo no solo busca reponer un vacío estratégico, sino modernizar la flota con tecnología de punta. Cada unidad, con autonomía para 78 días en modo sigiloso y capacidad de sumergirse hasta 300 metros, reabre una conversación profunda sobre el sentido de defender un mar que, a diferencia de la frontera terrestre, permanece invisible e inabarcable a simple vista.
¿Qué hay detrás de la decisión de invertir cerca de 2300 millones de dólares en tecnología submarina? ¿Qué urgencia tiene un Estado argentino que, desde el retorno de la democracia, vaciló entre el desprecio por sus Fuerzas Armadas y la preocupación por la defensa de su soberanía?
a respuesta no cabe en un titular. Es una madeja donde se entrelazan la sombra de Malvinas, los conflictos internacionales por el control y la explotación de los recursos naturales y una certeza incómoda: el mar argentino, esa frontera líquida que se extiende más allá del horizonte, es un territorio donde la soberanía se ejerce o se pierde sin que nadie lo vea.
Un fantasma en las profundidades: del ARA San Juan a los Scorpène
La tragedia del ARA San Juan fue un parteaguas. Durante siete años, sin submarinos operativos, Argentina navegó a ciegas en sus propias aguas. La falta de capacidades submarinas no solo debilita la defensa, sino que limita la capacidad de recoger inteligencia estratégica: desde movimientos de flotas pesqueras ilegales hasta actividades no declaradas en el lecho marino. Pablo Bonuccelli advierte que, en un escenario de “guerra híbrida”, la invisibilidad de un submarino es la mejor protección, pues crea incertidumbre estratégica en quienes violan aguas jurisdiccionales (Bonuccelli, 2022). Ciertamente, los Scorpène no son un arma contra pesqueros civiles —como bien señalan los protocolos navales—, sino una plataforma de vigilancia que obliga a actores hostiles
a operar bajo la sombra de lo desconocido.
El verdadero valor de los Scorpène radica en su capacidad de vigilar las aguas jurisdiccionales y de interés del Estado argentino desde el sigilo, característica excluyente del arma submarina. Como señaló Koutdoujián en “Geopolítica del mar argentino” (2020), un trabajo publicado en el informe del Centro Naval 823, “la disuasión no siempre requiere fuerza letal: basta con que un actor ilegal sepa que puede ser observado“.
Malvinas: la herida que todavía define la geopolítica del Sur
La presencia británica en las islas añade una capa de tensión permanente. Londres despliega submarinos, patrulleros y vuelos de reconocimiento en torno a Malvinas, desafiando el reclamo argentino de soberanía, plasmado en innumerables resoluciones de la Asamblea de las Naciones Unidas. Para Koutdoujián, esa dinámica convierte al Atlántico Sudoccidental en un “escenario de disputa constante” (Koutdoujián, 2022). La recuperación de la capacidad submarina no busca un choque frontal con la Royal Navy, sino restablecer un factor disuasorio propio: la certeza de
que Argentina puede monitorear actividades en aguas profundas —donde aviones y buques de superficie tienen alcance limitado— y evitar así ceder soberanía por omisión.
No es casual que el acuerdo Scorpène se active mientras Londres intensifica tanto su actividad militar en las Islas como su exploración de hidrocarburos en el Atlántico Sudoccidental, sin olvidar la
explotación unilateral sobre los recursos ictícolas en la plataforma continental argentina y en aguas antárticas, sujetas estas a la Convención para la Conservación de los Recursos Marinos Antárticos (CCRVMA) mediante la venta de licencias de pesca a terceros países. La presencia británica en Malvinas nunca fue estática, pero si ha sido perenne y siempre sustentada en un magnifico accionar diplomático: es un proyecto de ocupación activa que combina smart power (poder inteligente) que es la sumatoria del soft power (poder blando) por ejemplo el accionar de
ONG’s ambientalistas que promueven el establecimientos de Áreas Marinas Protegidas AMPs, o el Acuerdo en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar relativo a la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional (Terribile 2024) con hard power (poder duro) militar en aras de un posicionamiento geopolítico que resignifica la importancia del Atlántico Sudoccidental y la Antártida. Cada acción británica vinculada con las islas usurpadas ilegal e ilegítimamente (Malvinas, Georgias, Sándwich del Sur y sus aguas correspondientes) representa una acción ilegal que desconoce el llamado al diálogo y refuerza la militarización del Atlántico Sur, en una región que debería ser zona de paz, declarada mediante Res 41/11 de 1986 por la Asamblea General de Naciones Unidas, libre de tensiones y abierta a la cooperación enre Estados.
Ciertamente, los Scorpène no son un arma contra pesqueros civiles —como bien señalan los protocolos navales—, sino una plataforma de vigilancia que obliga a actores hostiles a operar bajo la sombra de lo desconocido.
Los Scorpène, en este tablero, serían la herramienta de lo que en términos estratégicos contemporáneos podríamos llamar “diplomacia submarina”: una forma de presencia disuasiva, silenciosa, aunque efectiva, que proyecta soberanía, compromiso y voluntad estatal sin necesidad de mostrar fuerza de manera abierta. Un submarino en aguas de interés nacional es sinónimo de proyección de poder. Es la esencia de la disuasión moderna, donde lo invisible pesa más que lo evidente. Representa el poder que pone de manifiesto la disposición del pueblo argentino de velar por los intereses nacionales en el mar.
Algunos analistas locales, desde hace más de 40 años, última vez que se adquirieron los submarinos TR 1700 en el extranjero, cuestionan la prioridad de esta inversión frente a necesidades sociales, aunque otros replican que la seguridad nacional marítima es condición ineludible para el desarrollo de la nación. Por supuesto, criticar el costo de los Scorpène (2.300 millones de dólares, estimativamente) es legítimo en un país donde el 40% de la población es pobre. Pero hay otra pregunta incómoda: ¿cuánto pierde Argentina por no custodiar sus aguas jurisdiccionales y de interés cuya extensión geográfica representa casi dos veces y media la extensión de la argentina continental? ¿Sabemos los argentinos de la importancia de nuestro mar y los ríos y las riquezas que encierran los mismos? ¿Somos conscientes los argentinos que, si renunciamos a Malvinas, nuestro reclamo de soberanía sobre la Antártida se hará mucho más dificultoso en un futuro muy próximo?
Sabemos de los recursos naturales, como petróleo, gas y los ictícolas, las riquezas que encierran los fondos marinos y sus minerales, las energías marinas, la biodiversidad marina que hoy maravilla a la industria farmacéutica, el acceso y control de la infraestructura crítica en la era digital, y lo más importante, somos conscientes de la importancia de vigilar y controlar lo que nos pertenece por historia y presencia en el escenario Atlántico Sudoccidental y antártico.
Los Scorpène no son la solución definitiva, pero sí un elemento fundamental en una cadena de vigilancia que incluye satélites, patrulleros y cooperación internacional. En línea con Koutoudjian (2022), podría decirse que el mar no es un paisaje: es una despensa, una mina y una autopista digital. El autor advierte que “la concepción del mar como espacio vacío es un error estratégico: su valor económico y geopolítico se multiplica en la era de los recursos escasos“. Los submarinos, aquí, son una apuesta a proteger esa riqueza antes de que otros la confisquen.
Cuando el primer Scorpène cruce la milla 200, su paso marcará más que un mensaje de disuasión: simbolizará la decisión de Argentina de proteger una frontera viva que late en las profundidades. La compra no es un gasto, sino la condición para ejercer una soberanía sostenida, donde lo militar, lo científico y lo ambiental converjan en un proyecto de nación.