Una defensa pensada desde los márgenes

Entrevista a Juan Battaleme, Secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa

En los márgenes del sistema internacional, donde las potencias trazan sus zonas de influencia y los Estados intermedios negocian su autonomía, la defensa nacional ya no puede pensarse como un apéndice operativo, sino como una arquitectura estratégica que articula soberanía, tecnología y diplomacia.

Juan Battaleme, actual Secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa, aporta a ese diseño desde una perspectiva que combina el realismo periférico con una lectura crítica del Estado. Su trayectoria —marcada por la docencia, la producción académica y el planeamiento— condensa una visión tecnopolítica del mundo, donde los conflictos son asimétricos, los recursos finitos y la inteligencia estratégica, una forma de supervivencia institucional.

 

Juan Battaleme y la defensa desde el margen: tecnopolítica, disuasión y soberanía en tiempos de asimetría

Por [Nombre del autor]

En la penumbra del sistema internacional, donde la jerarquía de poder impone sus ritmos y las zonas grises multiplican ambigüedades, la defensa nacional deja de ser una cuestión meramente castrense para convertirse en un espacio de disputa estratégica. No se trata ya de custodiar fronteras, sino de diseñar capacidades, leer el tiempo geopolítico y construir márgenes de maniobra en un mundo que combina inestabilidad estructural y concentración de poder. Desde esta perspectiva, Juan Battaleme —Secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa— asume la defensa como una tecnología institucional para pensar el interés nacional desde la periferia.

Pensar la defensa como política de Estado

“La Argentina tiene una política de defensa escrita. Está en la Ley. El problema no es normativo, es de implementación”, sentencia Battaleme sin rodeos. En un Estado fatigado por la inercia burocrática, el ajuste fiscal permanente y la fragmentación de su conducción, el desafío no es escribir nuevos marcos doctrinarios, sino dotar de densidad operativa a los existentes. La consigna de época —“no hay plata”— no se niega ni se dramatiza. Se asume como dato estructural. Pero allí donde muchos optan por la parálisis o el repliegue, Battaleme ensaya otra lectura: la escasez como condición de posibilidad para ordenar prioridades, articular decisiones y recuperar capacidad de agencia.

En ese contexto se inscriben adquisiciones como los F-16 daneses o los P-3 noruegos: decisiones que —más allá del debate técnico— representan movimientos dentro de una estrategia de mínima disuasión creíble. No hay mística ni voluntarismo: hay lógica, timing y cálculo. El F-16 no es solo una plataforma de combate, sino un vector de interoperabilidad, adiestramiento y articulación regional. En palabras del funcionario, “no hay épica, hay gestión”. Y esa gestión implica volver a pensar la defensa como política pública, no como residuo del gasto.

Realismo periférico y decisión estratégica

Battaleme reivindica una visión tecnopolítica del mundo: una gramática donde el poder se ejerce a través de infraestructuras, estándares, alianzas y cadenas de suministro. En esa clave, la defensa se piensa menos como despliegue de fuerza y más como arquitectura institucional. “La defensa no es un concepto militar. Es un concepto político”, repite como mantra. Esto significa que no hay neutralidad posible. Cada compra, cada convenio, cada ejercicio multinacional, remite a una apuesta sobre el lugar que la Argentina quiere —y puede— ocupar en el sistema internacional.

Desde esa mirada, la crítica a la gestión anterior no se funda en un desacuerdo ideológico, sino en un diagnóstico sobre la brecha entre discurso y praxis. “Se hablaba de autonomía, multipolaridad y regionalismo, pero sin traducir eso en decisiones sostenidas.” Las Fuerzas Armadas continuaron operando con medios obsoletos, sin hoja de ruta ni conducción estratégica. La soberanía, lejos de afirmarse, fue declamada mientras se tercerizaban funciones clave y se desinvertía en capacidades críticas.

“No es que no se haya hecho nada —aclara—. El problema es que las capacidades no se improvisan: exigen dinero, tiempo y conducción política.” Su diagnóstico es severo pero no cínico: la recuperación del instrumento militar no es una nostalgia de poder duro, sino una condición para que el país intervenga, desde sus márgenes, en un mundo cada vez más violento y menos predecible.

Compromiso selectivo en tiempos de guerra difusa

El concepto de “compromiso selectivo” aparece como una brújula conceptual. Frente a una internacionalización crecientemente segmentada, la política de defensa debe abandonar tanto el aislacionismo como la ilusión de una autonomía plena. “Estamos en un mundo en guerra”, advierte. Pero esa guerra no responde a los modelos clásicos: se libra en el ciberespacio, en los océanos, en la competencia tecnológica, en la captura de capacidades.

La alineación con Estados Unidos, Europa o la OTAN no es, para Battaleme, una rendición ideológica, sino una decisión racional. El 95 % del equipamiento argentino es occidental. El 99 % de los entrenamientos internacionales también. “No se trata de romper con eso, sino de entenderlo, usarlo y negociar con inteligencia.” La política exterior no se hace con gestos: se hace con acumulación de legitimidad, construcción de vínculos y defensa sostenida de intereses nacionales.

En ese marco, Malvinas se convierte en un caso testigo de la infantilización estratégica. “Es un reclamo legítimo, pero lo usamos como consigna interna en lugar de desarrollar una diplomacia profesional y persistente.” Para Battaleme, la cuestión no se resuelve en las redes sociales ni con discursos grandilocuentes, sino con inserción en foros multilaterales, fortalecimiento de capacidades y coherencia en la proyección atlántica.

Entre lo simbólico y lo material: el margen como punto de partida

La lectura de Battaleme no es nostálgica ni declamatoria. Es estructural. La Argentina —dice— no está en condiciones de competir en todos los frentes, pero puede redefinir su lugar si es capaz de priorizar, planificar e invertir en capacidades que le permitan hablar el lenguaje del poder. Eso exige revisar alianzas, integrar capacidades civiles y militares, profesionalizar los cuadros decisorios y articular la industria nacional con una visión estratégica de largo plazo.

El problema, entonces, no es la marginalidad, sino la forma de habitarla. El margen, lejos de ser un lugar de condena, puede convertirse en plataforma de intervención. “La defensa —resume— no es un gasto. Es una herramienta para que el Estado vuelva a existir donde ha sido vaciado.”

En tiempos de transición global, donde la violencia vuelve a ser estructurante y la periferia se redibuja, Battaleme apuesta a una defensa que deje de ser objeto de coyuntura para convertirse en vector de futuro. No hay heroísmo en su planteo, pero sí una convicción: incluso desde los márgenes, se puede construir poder.