Por Verónica Aldazábal. Antropóloga con especialidad en arqueologia. Investigadora CONICET
Cuando nos preguntamos sobre los comienzos de la actividad argentina en el continente antártico, pensamos casi automáticamente en la participación en la Comisión Internacional, a partir de 1900.
Sin embargo, desde principios del siglo XIX encontramos referencias sobre reconocimientos geográficos, a veces fortuitos, y emprendimientos comerciales. Entre 1820 y 1840 Antártida fue explorada por aquellos que hoy en día son considerados famosos exploradores y sus costas, intensivamente explotadas, constituyéndose en una importante fuente de riqueza. En ese contexto, en 1815, Guillermo Brown, a bordo de la fragata Hércules, debido a un temporal traspasa latitudes antárticas, 65° lat.sur; y en 1818 el Consulado de Bs.As. le concede un permiso a Pedro Aguirre, para la caza de lobos marinos en islas antárticas.
Hacia fines de siglo, 1890 marca el inicio de un período de exploración extensiva con el aval de sociedades científicas de las grandes potencias. Qué idea se tenía de ese territorio; por qué y para qué se proyectan expediciones. Qué posicionamiento tenía Argentina. ¿Podemos hablar de una conciencia antártica argentina en este siglo? Las memorias de la Expedición Argentina a las Tierras y Mares Australes, realizada en 1881 bajo el mando del Tte. Bove nos permiten reflexionar sobre estas cuestiones.
La expedición Bove. Boletin del IGA 1882-1883

El primer proyecto del cap. Bove, había sido dirigido al gobierno de Italia, con un itinerario ambicioso que recorría todo el continente antártico. Ante la negativa, hace una presentación al gobierno argentino que, haciendo uso de la autorización conferida por la ley de 11 de octubre de 1880 para exploraciones en las costas marítimas del Sud, acepta el proyecto, avalado por el director del Instituto Geográfico Argentino (IGA): Dr Zeballos, y de dos marinos que en ese momento hacían prácticas en Italia (Castillo y Barilari).
Para recaudar los fondos necesarios, se propone promover una gran suscripción nacional, nombrando delegados de parroquia y manzana en la ciudad y subcomisiones fuera de Buenos Aires, beneficios teatrales y conferencias. El IGA se hace cargo de la organización; publicidad y colectas.
El nuevo proyecto, La Expedición Antártica Argentina, debía tener por principal objeto, la exploración de un sector de la tierra de Graham (península antártica), entre el Cabo de Cockburn y la tierra Alexandra, en los meses de verano, recogiéndose durante el invierno sobre la tierra, con un buque.
Para realizarla, Bove debía pedir licencia en su país para hacerse cargo, desistiendo de todo mando militar en la expedición, que recaería en un jefe de la Marina Nacional, pero conservando la dirección científica, y todos los resultados de la Expedición serian de propiedad del Gobierno Argentino. La expedición debería siempre componerse de una nave a vapor o vela, con una veintena de hombres, entre los cuales 5 á 7 compondrían el Estado Mayor Científico. Este último se podría reclutar entre los mejores oficiales de la marina y algunos hombres de ciencia de los numerosos institutos de que es rico Buenos Aires; el equipaje puede ser formado de los más robustos é instruidos marineros de la armada Nacional. Un capitán ballenero ó ice master, deberla acompañar la expedición.
La expedición partió de Buenos Aires, en diciembre de 1881, con destino a la Isla de los Estados, exploraron las costas del norte de Tierra del Fuego, Río Gallegos y Santa Cruz , pero el hundimiento de uno de sus buques frente a isla Picton dio por terminada la expedición, retornando a Buenos Aires el 1º de septiembre de 1882.
Los elementos materiales con que contaba eran la corbeta Cabo de Hornos, el cúter Patagones, que se incorporaría en Puerto Deseado, una lancha a vapor elegida por el Tte. Bove (que se hunde); botes diversos y una colección completa de instrumentos adecuados para los trabajos dé la comisión científica.
Los elementos intelectuales que animarían ese material, fueron la dotación de la Cabo de Hornos, con su Comandante, Luis Piedrabuena, Jefe militar de la Expedición y el grupo de cientificos: Tte de navio Giacomo Bove, Jefe de la Expedición científica, Dr. Domingo Lovisato geólogo, Dr. Decio Vinciguerra, zoólogo y botánico, Tte. Roncagli, de la marina italiana: pintor fotógrafo de la Expedición, Dr. Carlos Spegazini, naturalista, representante de la Universidad de Buenos Aires, Capitán de la marina argentina Edelmiro Correa, representante del Instituto Geográfico Argentino y varios ayudantes.
Beneficios e Impacto posterior
Las expectativas sobre los resultados de la Expedición eran amplias. Como nación eminentemente marítima, para Bove, era en el mar donde Argentina debía desarrollar toda su fuerza para ejercitar la justa influencia que debe tener entre los estados del continente.
Económicamente, plantea que el estudio de los recursos permitirá determinar los medios para hacer más eficiente su aprovechamiento. En lo científico, los resultados a obtener bastarían por sí solos para crear la gloria de la nación que la lleve a cabo. No hay rama de las ciencias naturales y físicas que no esté empeñado en una exploración antártica. La geografía, la hidrografía, recibirán amplio desarrollo; se podrá contribuir á resolver el tan estudiado problema de la forma de nuestro globo; se podrán deducir leyes mas completas relativas á la irradiación solar; los problemas meteorológicos, magnéticos y eléctricos darán un inmenso paso hacia su solución, y no menores ventajas se conquistarán para la fauna y la flora, en las observaciones hechas en regiones jamás exploradas (Bove 1881).

Aun cuando por distintas razones solo recorrieron y estudiaron las costas patagónicas, el canal de Beagle y la isla de los Estados, sus resultados tuvieron un amplio y fuerte impacto. Se hicieron relevamientos geológicos, de flora y fauna; se rectificaron informes previos sobre ese sector del territorio. El fomento de Sta Cruz, R.Gallegos e isla de Los Estados desarrollado por barcos argentinos dejaría bien afirmada su jurisdicción, salvando vastos intereses para la navegación, el comercio y la patria.
Por sobre todo, fue el impulso de nuevas propuestas para la realización de expediciones exploratorias a la Antártida:
En 1882, Dr Eugenio Bachmann, catedrático matemático de la Universidad de Córdoba propone un proyecto al presidente del IGA, para observación, estudio y registro simultaneo de fenómenos físicos (magnetismo terrestre y meteorología) a fin de determinar su incidencia en las leyes científicas que rigen el hemisferio sur. Propone establecer bases fijas de estudio en varios puntos de la Antártida para observación simultanea y proponiéndose para alguno de los destinos; en 1893 el Cap. Fernández hace otra propuesta avalada por el IGA. (BCN 1885, t3). Surgen también proyectos de particulares tanto para estudio como explotación: Popper, que muere; Newmayer, que por problemas económicos no llega a realizarse.

Finalmente, a fines de siglo se decide la participación en el Programa Internacional: “Acaba de resolverse en acuerdo general de ministros la cooperación de nuestro país a la Expedición Antártica Internacional, disponiendo la creación en la isla de los Estados de un Observatorio magnético y meteorológico de primer orden, que debe funcionar regularmente y de acuerdo con el programa internacional que se adopte, desde el 1° de Octubre de 1901 hasta el mes de Abril de 1903. El Ministerio de Marina ha sido encargado de la ejecución de todo cuanto se relaciona con la instalación, compra de instrumentos y funcionamiento del futuro observatorio (Ballvé 1900:305).
Durante todo el siglo Argentina tuvo injerencia en el continente y llevó a que, en 1903, comprara el observatorio instalado en la isla Laurie, por el Dr. Bruce y se convirtiera en la única base permanente realizando mediciones científicas por más de 40 años.
Pero podemos plantear que existía una Conciencia territorial. Este concepto puede leerse desde diferentes perspectivas: como proyecto político, como definición geográfica, como un espacio territorial heredado, como parte del ser nacional, o como una categoría solo existente en el imaginario colectivo.
Todos estos proyectos, institucionales o particulares presentados a lo largo del siglo, que a veces solo hablan de tierras al sur del cabo de Hornos, o patagónicas, sin especificidad, son usados para determinar los fundamentos históricos y jurídicos que sustenten los derechos derivados del patrimonio territorial recibido de España (Wolpe y Jara Fernández 2014). Así en la introducción de su libro sobre El pensamiento antártico Chileno, sostienen que “Si bien existe bastante información acerca de los aspectos geográficos, su flora y fauna, y sobre algunas exploraciones extranjeras, poco se conoce acerca del grado de conocimiento y valoración que la opinión publica- en términos genéricos- ha tenido acerca de esta parte de nuestro territorio nacional…”(2014:11).
Si partimos de la distinción que propone Navarro Floria (1999) al sostener un doble proceso de conformación del espacio territorial del Estado Nacional Argentino, que a lo largo del proceso histórico, fue alternando el peso de dos conceptos teóricos referidos al territorio. Por un lado, “conciencia territorial” y por otro “construcción social del espacio”. La primera, se refiere al supuesto de un territorio nacional preexistente a su ocupación efectiva; el segundo, un espacio imaginado como producto o invención, que coloca al territorio del Estado nacional como resultado de un proceso de construcción ideológica. “entendiendo por invención “la existencia de un proyecto político desde el cual se establece ‘a priori’ el ámbito geográfico que será de dominio del Estado argentino, descartando las perspectivas que sostienen que el territorio ha sido naturalmente dado o naturalmente heredado (Navarro Floria 1999).

El proceso de formación territorial involucraba, además de la apropiación material, la producción de conocimiento sobre el territorio a través del cual se constituye una representación que legitimó socialmente el proyecto territorial en cuestión. Así, la producción de este conocimiento específico, expresado a través de una cartografía y geografía nacional, fue simultáneo a la definición del territorio nacional. Estanislao Zeballos expresaba hacia 1890: “Teníamos entonces siete cuestiones de limites con los países vecinos. Los mapas argentinos eran generalmente diseñados por extranjeros que no tenían la visión de los intereses nacionales ni el conocimiento de nuestras cuestiones diplomáticas y, frecuentemente atribuían los territorios a los países que nos los disputaban”. En Antártida todavía son visibles esas denominaciones
En las últimas décadas del siglo XIX, en tiempos de organización nacional, se debía escribir una historia y geografía nacionales a fin de crear la nacionalidad, formar “argentinos”, y lograr el reconocimiento de la Argentina, internacional (Lois 2012). Con la apropiación material del espacio, se había creado una conciencia territorial (Auza 1980). Ahora había que adecuar esa Argentina real, a la Argentina política reconocida internacional y parcialmente cartografiada y esto implicaba conocer, ya que “sin el conocimiento geográfico no se podían elaborar planes de avance ni mucho menos completar la cartografía”. Este hecho habría impulsado a toda una generación de exploradores que se expresaban en nuevas instituciones y en publicaciones como los Anales de la Sociedad Científica Argentina (desde 1876), el Boletín del Instituto Geográfico Argentino (desde 1879), los Anales Científicos Argentinos (1874-1876) o la Revista Argentina de Geografía (1881-1883).
A lo largo del siglo, se observa una clara conciencia de territorialidad y de que la soberanía no es sólo el dominio material sino, y tal vez más importante, su conocimiento científico en todas sus ramas.
