Por Luciano Zaldarriaga, coordinador editorial de la Revista FORTÍN\
La reinauguración de la Base Antártica Conjunta Petrel en 2024 introduce un cambio en la política antártica argentina: vuelve operativo un punto clave del despliegue nacional y reordena las discusiones sobre logística, continuidad y presencia.
Según el Ministerio de Defensa, la reactivación de Petrel forma parte de un proceso orientado a “modernizar integralmente la infraestructura logística antártica y recuperar capacidades aéreas y científicas esenciales para la presencia nacional”. La cartera sostuvo que la base debía transformarse en un punto operativo permanente capaz de sostener vuelos durante todo el año y reducir la dependencia exclusiva de Marambio, cuya pista enfrenta limitaciones crecientes vinculadas al permafrost.
Cuando el coronel Hernán Pujato proyectó a mediados del siglo XX una presencia argentina estable en el continente blanco, no buscaba un gesto simbólico: estaba concibiendo una política de ocupación, sostenimiento y trabajo en un territorio donde la continuidad define la capacidad de influir. En un contexto de posguerra, cuando varias potencias exploraban formas de extender su alcance en regiones periféricas, Pujato comprendió que la proyección austral exigía planificación, logística y decisión estatal. Bases como Belgrano I no fueron episodios aislados, sino partes de una estrategia que ubicó a la Argentina entre los países que entendieron temprano el carácter geopolítico del sur.
Esa visión, aún nacida en el espíritu de un momento histórico diferente, conserva vigencia. Pero el entorno internacional es distinto. El sistema establecido por el Tratado Antártico de 1959 suspendió las disputas de soberanía y organizó la actividad en torno a la paz y la producción de conocimiento. En ese marco, el desafío es sostener los derechos históricos sin apartarse de un régimen que, al mismo tiempo, otorga legitimidad a los actores que cumplen sus reglas y mantienen su compromiso en el terreno.

El Tratado Antártico de 1959 promueve la paz y la ciencia
En este marco, Petrel marca un punto de inflexión. Su transición de base temporaria a base permanente no es solo una mejora operativa, sino una transformación estructural. Ubicada en un sector central del continente, se proyecta como un nodo capaz de potenciar campañas científicas, operaciones logísticas y esquemas de cooperación internacional. La participación conjunta de las tres Fuerzas Armadas, junto con personal civil especializado, expresa un modelo de funcionamiento acorde al siglo XXI: integrado, coordinado y orientado a la eficiencia.
De acuerdo con la Dirección Nacional del Antártico (DNA), la modernización de Petrel respondió a la necesidad de “crear un polo logístico permanente que permita optimizar las campañas científicas, garantizar el abastecimiento anual y ampliar la cooperación con otros programas antárticos” (DNA, Informe Técnico 2024). El documento detalla que la reconstrucción integral de la pista y la ampliación de la infraestructura buscan restituir la función estratégica que la base perdió tras el incendio de 1976.
La ampliación de la pista, el soporte para aeronaves de mayor porte y la capacidad de sostener operaciones todo el año reducen la vulnerabilidad logística que históricamente acompañó a las campañas antárticas. Cada avance en Petrel mejora la posición argentina, no solo porque fortalece el acceso propio, sino porque abre la posibilidad de brindar apoyo a otras naciones signatarias del Tratado, lo que incrementa el peso político del país dentro del sistema antártico. El Ministerio de Defensa ya había advertido que el impacto de los cambios ambientales sobre el permafrost de la Base Marambio venía reduciendo progresivamente la operatividad de su pista, lo que hacía indispensable recuperar una alternativa aérea permanente. La posibilidad de reinstalar en Petrel una pista capaz de recibir aeronaves como el C-130 fue evaluada como prioridad estratégica para no perder capacidad de proyección científica.
El Comando Conjunto Antártico indicó en su balance de la Campaña 2024/25 que “la recuperación plena de Petrel es prioritaria para asegurar una alternativa aérea estable ante las restricciones crecientes de Marambio” (COCOANTAR, Informe Operativo 2025). El organismo remarcó que habilitar la pista para aeronaves como el C-130 evitará concentrar toda la logística en una sola ventana estival, un riesgo señalado de manera reiterada en la planificación anual.

Repensar el Plan Pujato implica asumir que la ocupación actual difiere de la del siglo pasado. El siglo XXI incorpora dimensiones que Pujato no podía anticipar, aunque sí intuyó en su enfoque: ciencia, tecnología, cooperación internacional y diplomacia activa. Los laboratorios que analizan cambios atmosféricos, los sistemas de comunicación adaptados a condiciones extremas, las innovaciones en infraestructura polar y el desarrollo de materiales específicos no son simples avances técnicos: son expresiones concretas de presencia y continuidad.
La Antártida funciona como un laboratorio natural donde la ciencia no solo produce conocimiento, sino que construye legitimidad. El Instituto Antártico Argentino y los grupos de investigación que operan en distintos programas sostienen una actividad que articula historia, política y evidencia. La generación de datos glaciológicos, biológicos o geológicos permite comprender procesos globales y, al mismo tiempo, refuerza la posición argentina en un régimen donde la producción científica es una forma reconocida de ejercicio soberano.
En línea con esa lógica, la planificación oficial prevé la construcción de un laboratorio de 462 m² con capacidad para ocho unidades de investigación, orientado a fortalecer las campañas multidisciplinarias y la cooperación internacional. El documento subraya que aprovechar infraestructura existente, en lugar de expandir nuevas bases, aumenta el rendimiento científico y reduce el impacto ambiental.
La audacia y el patriotismo de Pujato sentaron un precedente ineludible que aún hoy conforma el núcleo de la política antártica y de defensa nacional.

En este escenario, la competencia no se libra en el terreno militar, sino en la capacidad de sostener infraestructura, investigación y cooperación con regularidad. La disputa —si quiere llamarse así— ocurre en la frecuencia de las campañas, en la oportunidad de los datos científicos y en la disponibilidad de medios para garantizar acceso durante todo el año. Petrel, el Irízar y la red logística que los sostiene son, en ese sentido, instrumentos de política exterior tanto como de presencia territorial. Su continuidad es lo que define si la Argentina participa del orden antártico como actor relevante o como firma marginal en los documentos del Tratado.
La dimensión humana completa el cuadro. La vida antártica demanda capacidades que exceden las competencias técnicas: exige preparación física, estabilidad emocional, resiliencia y una comprensión precisa del trabajo en entornos extremos. La formación en supervivencia polar, el manejo de tecnología específica y las rutinas médicas adaptadas a un aislamiento prolongado convierten a cada integrante de una dotación en un recurso estratégico. En el continente blanco persiste una cultura profesional que combina vocación, criterio y disciplina operacional, rasgos que permiten sostener actividades en un territorio donde el margen de error es mínimo.
La continuidad es el requisito central. La política antártica no puede ajustarse a los ciclos de gobierno. La articulación entre defensa, ciencia y diplomacia demanda lineamientos estables, financiamiento previsible y una conducción capaz de sostener objetivos de largo plazo. En este punto, la distinción conceptual entre defensa y seguridad, principio básico para ordenar la acción del Estado, es determinante. La Antártida es un tema de defensa, no de seguridad interior: exige capacidad de proyección, no funciones policiales. Esa claridad evita desvíos y orienta recursos hacia las áreas donde realmente se necesitan.
En ese marco, Petrel representa una actualización del legado histórico. No replica el pasado ni apuesta a un salto incierto. Reinterpreta de manera contemporánea la lógica que guió a Pujato: la soberanía se sostiene con hechos verificables, instituciones consistentes, logística autónoma, producción científica de calidad y diplomacia activa. Petrel condensa esa premisa y marca el lugar que puede ocupar el país si decide proyectarse hacia el sur con políticas mantenidas en el tiempo.
Analizar la proyección argentina en la Antártida implica entender su vínculo con el Sistema del Tratado.El régimen, al tiempo que establece límites operativos, ofrece un marco que permite ampliar influencia mediante cooperación científica y presencia responsable. Argentina, actor histórico del sistema, tiene la posibilidad de utilizar ese espacio para fortalecer su posición y sus intereses.
La cuestión Malvinas, aunque no forme parte directa del mismo, se conecta con él en términos estratégicos: la proyección británica desde las islas incide en el Atlántico Sur y refuerza la necesidad de una política antártica sólida que consolide la postura nacional sin generar tensiones dentro del esquema de cooperación vigente.

La ciencia, en este entramado, opera como un vector diplomático central.
Cada publicación, cada convenio de cooperación y cada contribución a los grupos de trabajo del Sistema del Tratado Antártico refuerza la posición de Argentina como un actor serio y comprometido con la gobernanza del continente. Ser un país antártico implica investigar de forma sostenida, innovar y cooperar. Petrel, como infraestructura moderna, amplía esa capacidad y consolida una red de vínculos que otorga peso político y legitimidad.
Durante el acto de cierre de la Campaña Antártica de Verano 2024/25, el jefe del Estado Mayor Conjunto, brigadier general Xavier Julián Isaac, señaló que “Petrel viene avanzando; debería avanzar un poco más rápido”, y confirmó que se trabaja con el Ejército para habilitar la pista para aeronaves de gran porte. Agregó que la limitación actua, poder operar solo en verano, condiciona la regularidad del abastecimiento y obliga a concentrar la logística en un único período estival, lo cual “no es sostenible para una presencia permanente” (Estado Mayor Conjunto, discurso 2025).
También destacó las condiciones extremas de vida: “es una tarea complicada, lejos de la familia y del hogar”, y subrayó que la operación representa un compromiso militar que refuerza la soberanía nacional: “nos permite valorar y soñar con esa Patria grande que incluye a la Antártida”. Bajo su coordinación, el Comando Conjunto Antártico conduce el reabastecimiento de las siete bases permanentes, incluidas Petrel y Marambio, lo que demuestra que las Fuerzas Armadas ven a la presencia antártica como pieza clave de su despliegue estratégico.
El desarrollo tecnológico asociado a la operación en el continente blanco tiene un impacto directo en las capacidades nacionales. La búsqueda de soluciones para un entorno severo —energía autónoma, comunicaciones resilientes, ingeniería de estructuras, transporte especializado— alimenta la base científica e industrial del país. Lo que se diseña y prueba en el hielo se convierte, con frecuencia, en tecnología aplicable a otros sectores estratégicos, fortaleciendo un ecosistema de conocimiento que trasciende el ámbito polar.
El futuro argentino en la Antártida dependerá de articular estos componentes —infraestructura, logística, ciencia, diplomacia y formación— en una política de Estado estable y sostenida. La soberanía no se afirma con declaraciones: se construye con presencia, datos, instituciones y continuidad. En este sentido, Petrel expresa la actualización más consistente del legado de Pujato: una presencia activa y permanente, plenamente integrada al régimen internacional, pero orientada a defender con firmeza los intereses nacionales.
La Antártida no es un territorio remoto ni un capítulo congelado de antiguas gestas. Es una frontera estratégica que condiciona el lugar de Argentina en el mundo. Petrel emerge como un punto de apoyo decisivo en esa proyección: un espacio donde historia, ciencia y estrategia convergen para definir el rumbo del país en el sur. La Antártida es pasado y presente, pero sobre todo constituye un componente esencial del futuro estratégico argentino.
