La Antártida como política de Estado. continuidad, capacidades y proyección

Por Mesa Editorial Fortín\

La Argentina se define como un país bicontinental. La fórmula parece sencilla, casi un gesto cartográfico: un territorio que se despliega en Sudamérica y otro que se proyecta hacia el polo sur. Una afirmación necesaria: la bicontinentalidad implica sostener una política de defensa capaz de garantizar la presencia efectiva en el Atlántico Sur y en el continente blanco, frente a un escenario internacional donde la cooperación convive con la competencia, y donde la soberanía se encuentra, al mismo tiempo, congelada y en disputa. 

 

Con la ocupación permanente de la Isla Laurie y la instalación de la base Orcadas, la Argentina se convirtió en pionera de la presencia antártica. Este primer acto concreto de soberanía, que incluyó el izado de la bandera y la emisión de correspondencia oficial desde la isla marcó el inicio de un reclamo sostenido por continuidad geográfica la proyección natural de la Patagonia hacia el sur y por más de un siglo de actos efectivos de soberanía reconocidos por el derecho internacional sobre el Sector Antártico comprendido entre los meridianos 25° y 74°. La entrada en vigor del Tratado Antártico en 1961 suspendió formalmente los reclamos, estableció la utilización pacífica del continente y prohibió cualquier actividad militar o extractiva, generando una paradoja estratégica: Argentina mantiene un derecho robusto, pero la normativa internacional condiciona su ejercicio pleno, limitándolo a la presencia científica, logística y diplomática. El desafío, por tanto, no es solo declarar derechos, sino consolidarlos mediante infraestructura, transporte, comunicación y campañas científicas que proyecten de manera continua la soberanía argentina, transformando la rutina operativa en una demostración tangible de autoridad territorial ante la comunidad internacional.

En ese marco, la clave se desplaza hacia la defensa y la logística: abastecer las bases, desplegar campañas anuales, producir cartografía oficial, instalar faros y ejercer la toponimia. Cada tarea expresa la voluntad de habitar el territorio y de inscribir el nombre argentino en un espacio donde otros Estados también reclaman derechos. La defensa, aquí está íntimamente ligada a la capacidad para sostener de manera continua y visible una presencia legítima. 

Su valor estratégico aumenta por la creciente atención de potencias extrahemisféricas, que proyectan investigación, logística y vigilancia, consolidando una competencia silenciosa por influencia regional.

El Atlántico Sur funciona como un tablero donde se cruzan todas estas dimensiones. Es ruta de comunicación interoceánica, reserva de recursos estratégicos y frontera de contacto con la Antártida. Su valor estratégico aumenta por la creciente atención de potencias extrahemisféricas, que proyectan investigación, logística y vigilancia, consolidando una competencia silenciosa por influencia regional. 

La posición de las islas Malvinas introduce una tensión constante: desde allí el Reino Unido proyecta su influencia hacia el continente blanco, reforzando infraestructuras y consolidando un rol que Argentina no puede ignorar. ¿Cómo pensar la defensa nacional sin incluir este entramado? ¿Qué significa hablar de soberanía en un espacio donde conviven reclamos superpuestos, presencia militar británica, intereses de potencias extrahemisféricas y un marco jurídico internacional que congela las diferencias, pero no las elimina?

Nuestro futuro en la Antártida depende, en gran medida, de la capacidad de consolidar un polo logístico en el extremo austral. Ushuaia aparece como plataforma natural de proyección, mientras que la base Petrel concentra expectativas de convertirse en centro neurálgico para el abastecimiento antártico. No se trata solo de resolver cuestiones operativas, sino de definir si la Argentina asumirá el rol de puerta regional hacia la Antártida o dejará que otros ocupen ese lugar. El tiempo es un factor decisivo: mientras se discute la ampliación de infraestructuras propias, Malvinas se posiciona para ofrecer servicios logísticos a programas científicos internacionales. La defensa, en este punto, se vincula directamente con la economía y la política exterior: quien controla la logística controla también la narrativa y la capacidad de influencia. 

La articulación de los sistemas de transporte, comunicaciones y abastecimiento configura un poder blando que complementa la defensa clásica, asegurando presencia estratégica sin confrontación directa.

El Tratado Antártico constituye un logro indiscutible en términos de paz y cooperación: sin él, la región estaría expuesta a conflictos abiertos. Al mismo tiempo, consolida una tensión central: los recursos permanecen vedados por normativa internacional, aunque todos reconocen su valor estratégico. El continente blanco concentra reservas de agua dulce, minerales críticos y una biodiversidad marina de enorme importancia. La futura competencia por estos recursos requerirá que Argentina consolide capacidad científica y logística, integrando defensa, diplomacia y sostenibilidad ambiental como elementos de una estrategia coherente de proyección austral. A medida que las presiones globales sobre estos recursos se intensifiquen, la Argentina deberá posicionarse en un escenario donde la protección ambiental convive con los intereses económicos de las grandes potencias, equilibrando soberanía, presencia y estrategia.

En esta encrucijada, la defensa nacional no puede reducirse al despliegue de tropas o armamento, como propondría una concepción militar clásica. En el contexto antártico, se traduce en la capacidad de sostener presencia a través de la ciencia, la logística, la cartografía y la diplomacia. Las cartas náuticas elaboradas por organismos oficiales no son meras herramientas técnicas, sino actos soberanos reconocidos internacionalmente; la toponimia permite nombrar y, con ello, afirmar esa presencia; y los faros instalados en costas australes o en la propia Antártida garantizan seguridad a la navegación al tiempo que simbolizan jurisdicción. Cada acción de este tipo contribuye a mantener vigente el reclamo argentino, aun cuando la explotación de recursos siga vedada. 

La defensa moderna articula así acción, conocimiento e infraestructura, configurando una presencia tangible que reafirma legitimidad y proyecta influencia sin recurrir a la fuerza.

La bicontinentalidad entonces es una política de estado que exige continuidad y demanda un sistema de defensa preparado para enfrentar los desafíos que propone. La pregunta es si la Argentina está dispuesta a asumirlo en toda su dimensión. ¿Alcanza con mantener las campañas anuales y asegurar el abastecimiento de las bases, o es necesario un salto cualitativo que posicione al país como actor central en la región? ¿Cómo combinar el compromiso con el uso pacífico y cooperativo del continente con la obligación de defender intereses nacionales legítimos? La decisión estratégica requiere integración de logística, infraestructura, ciencia y diplomacia, asegurando que cada acción concreta refuerce la presencia argentina frente a actores externos y futuros desafíos.

La proyección austral constituye un eje integrador de soberanía, logística y política exterior, donde cada decisión operativa tiene implicancias estratégicas de largo plazo.

En este punto conviene recordar que la defensa de la Antártida no puede separarse de la del Atlántico Sur en su conjunto. La proyección austral forma parte de un mismo entramado geopolítico donde se entrelazan Malvinas, el control de los pasos interoceánicos, la protección de las áreas marinas protegidas y la delimitación de la plataforma continental. Pensar la Antártida en soledad es un error: su valor estratégico reside precisamente en su articulación con el resto del territorio y con las rutas marítimas globales. La proyección austral constituye un eje integrador de soberanía, logística y política exterior, donde cada decisión operativa tiene implicancias estratégicas de largo plazo.

La defensa, en este sentido, debe ser entendida como política de Estado: una práctica que combina el pasado pionero, el presente de presencia efectiva y el futuro de disputas latentes. La Antártida interpela a la Argentina en su capacidad de anticipar y proyectar. No basta con proclamar la bicontinentalidad: es necesario convertirla en acción cotidiana, en logística sostenida, en investigación científica de excelencia, en diplomacia activa y en producción cultural que instale la cuestión austral en la conciencia nacional. La defensa, en este escenario, no consiste en prepararse para una guerra improbable, sino en afirmar la presencia argentina en un espacio donde el futuro se dirime en silencio y con ansiedades evidentes. Allí, en el continente blanco, la Argentina define si será un actor periférico o un país capaz de proyectarse más allá de sus fronteras inmediatas. El fortalecimiento de la presencia logística, científica y cultural permitirá consolidar un liderazgo regional, incluso en un marco donde el Tratado Antártico limita la explotación directa de recursos.