Por Adolfo Koutoudjian
Lic. en Geografía por la Universidad de Buenos Aires, profesor de Geopolítica en la Facultad de la Defensa Nacional, profesor de Geopolítica en la Escuela
Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas y profesor de Geopolítica en la Escuela de Guerra Naval.
En el extremo sur del continente se juegan buena parte de los desafíos estratégicos de la Argentina. ¿Cómo articular la defensa, la ciencia y la política económica en una estrategia común que proyecte a la Argentina hacia 2050?
Pensar en términos geopolíticos exige apartarse de la vorágine de la coyuntura y ensayar una mirada de largo plazo. Se trata de observar la trayectoria de los Estados y de las sociedades no en los plazos breves de una gestión, sino en horizontes de diez, veinte o cincuenta años, e incluso más atrás, en la historia que los constituye. Esa mirada resulta indispensable en un tiempo en el que las arquitecturas construidas tras las guerras del siglo XX crujen bajo el peso de transformaciones profundas.
Durante medio siglo, las ideas y acciones políticas estuvieron condicionadas por el marco del enfrentamiento Este-Oeste. La desaparición de la Unión Soviética alteró de manera abrupta ese orden bipolar y abrió la pregunta sobre cuál es hoy el sistema mundial que encuadra a los Estados. En apenas tres décadas se desplegaron fenómenos antes insospechados: asistimos a la reconfiguración de la arquitectura global de la posguerra fría, con un Asia-Pacífico en ascenso que se perfila como centro de gravedad del siglo XXI.
La previsión del futuro ha sido siempre uno de los terrenos más arduos para las ciencias sociales. Sin embargo, la tarea de trazar lineamientos estratégicos resulta impostergable. De poco sirve analizar estructuras del pasado o del presente si ese conocimiento no permite orientar el rumbo de una nación en un mundo signado por la incertidumbre. Cada época deja un signo en el imaginario de los pueblos. En la nuestra, esos signos parecen claros: crisis de paradigmas, incertidumbre frente a los modelos políticos y económicos, mutación acelerada de valores sociales y políticos, y la celeridad de los cambios tecnológicos que marcan la agenda nacional e internacional. A todo ello se suma la paradoja de una cuarta revolución industrial conviviendo con sociedades fragmentadas, en especial en el mundo periférico.
La pregunta de fondo es si la política de poder, históricamente sostenida en el deseo de dominio, está dando paso a un nuevo motor de la acción humana: el reconocimiento. Si así fuera, ¿estamos en el umbral de un proceso civilizatorio más armónico o seguimos atrapados en la lógica de hegemonías en pugna? La experiencia de las grandes potencias y de actores no estatales con poder global, como las finanzas o los conglomerados comunicacionales, parece indicar que la lucha por el poder conserva toda su vigencia.
A poco más de dos siglos de la independencia, la República Argentina ya no puede excusar los vaivenes de su política interna o de su relación con el mundo apelando a su juventud. En los primeros cincuenta años de vida independiente, asegurar la soberanía fue un desafío constante; durante el siglo siguiente, se buscó consolidar un perfil de nación pujante; y en los últimos cincuenta años, el país logró estabilizarse como democracia. Las dirigencias nacionales, actuando en función de intereses corporativos, usufructuaron al Estado para consolidar espacios políticos y económicos, sin un proyecto común que articule el conjunto de la Nación. Hoy, frente a los desafíos del siglo XXI, se impone pensar la Argentina como un Estado que debe consolidarse y engrandecer su cultura, su pueblo y su posición en el tablero geopolítico, asegurando que los jóvenes encuentren en ello un horizonte de desarrollo y progreso.
Disraelí sostenía que los países no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes. En ese marco, definir con claridad los intereses de la Argentina resulta esencial, sobre todo en un mundo donde las grandes potencias declaran sin ambages los suyos, los que redundan en beneficio directo de la Nación y deberían ser consensuados al máximo entre todas las expresiones políticas.
Los Intereses Nacionales son permanentes a lo largo del tiempo histórico, por lo que la lucha de los partidos políticos y agrupaciones sociales debería centrarse en la mejor manera de llevar a cabo dichos intereses.
Estos intereses se expresan en diversos planos. En el orden internacional, se traducen en la defensa de la soberanía política, territorial y económica. Internamente, incluyen la seguridad de los habitantes, de las fronteras y de las instalaciones estratégicas. En lo económico, buscan consolidar la independencia y el bienestar de la población. En lo social, se enfocan en la mejora de la salud, la educación y la preservación del medio ambiente. Finalmente, en el plano jurídico y constitucional, exigen la discusión permanente del ordenamiento legal y la adecuada sujeción de mayorías y minorías a la Constitución.
En contextos de crisis o conflicto, emergen los intereses nacionales vitales, aquellos cuya afectación puede comprometer decisivamente la vida del Estado. El acceso al agua dulce, la energía y los alimentos son ejemplos claros: su disponibilidad condiciona la estabilidad interna y la capacidad de la Argentina para interactuar con otros actores internacionales sin quedar atrapada en crisis de alcance estratégico.
De todo ello surge un conjunto de prioridades que orientan la acción del Estado en distintos planos. Los intereses de la Nación se expresan, en el plano geopolítico y estratégico, en la defensa de su integridad territorial y en asegurar recursos esenciales, como el agua dulce y la libertad de acceso al Río de la Plata. La provisión de energía —hidrocarburos, hidroelectricidad y energía atómica— y la presencia permanente en el Atlántico Sud-occidental, incluyendo la plataforma submarina, el talud continental y las Islas Australes, son factores críticos para consolidar la soberanía. La Argentina también debe sostener su presencia en la Antártida, fortalecer la política de desarrollo aeroespacial y mantener Fuerzas Armadas modernas, con capacidades suficientes para repeler agresiones y salvaguardar los instrumentos de defensa, incluida la ciberdefensa. La recuperación de la soberanía sobre las Malvinas y la implementación de políticas demográficas que corrijan desequilibrios regionales completan este eje estratégico.
En el plano cultural, los intereses nacionales se orientan a afianzar la identidad del país, reforzando raíces culturales y asegurando un equilibrio poblacional que contemple la diversidad social, étnica y religiosa, así como los derechos humanos fundamentales. La ocupación de las regiones semivacías, la promoción de una estructura social más equilibrada, la educación masiva y de calidad y la erradicación de la pobreza constituyen piezas fundamentales de un proyecto de Nación inclusivo. La ciencia y la investigación aplicada a la realidad argentina, junto con el desarrollo de tecnologías adecuadas a nuestra estructura socioeconómica, buscan consolidar una sociedad del conocimiento que potencie la autonomía nacional. La distribución equilibrada del ingreso, la conectividad fluida entre regiones, la reparación de la infraestructura ferroviaria, la recuperación de la flota mercante y la aspiración a mantener a la Argentina integrada en los circuitos políticos, económicos y tecnológicos globales configuran la base de un país que busca autonomía y crecimiento sostenido. Todo esto integra el terreno económico, en el cual los intereses se centran en evitar el estrangulamiento del desarrollo de la economía, garantizando reservas estratégicas, abastecimiento de insumos críticos y un replanteo de la coparticipación federal y del sistema tributario.
Finalmente, en el plano internacional y regional, la estabilidad política y económica de los países vecinos, la participación equilibrada en el MERCOSUR y la Alianza del Pacífico, la integración en políticas definidas por la ONU y la coordinación estratégica con Chile en el Atlántico Sur y la Antártida fortalecen la posición de la Argentina como puente sudamericano entre Atlántico y Pacífico, consolidando el Cono Sur como un espacio de seguridad y desarrollo compartido.
Estos intereses nacionales no agotan el espectro de la acción del Estado: cada época histórica puede agregar nuevos elementos a la agenda política de la Nación. Lo esencial es que, independientemente de los gobiernos o de los ciclos políticos, la defensa de estos pilares estructurales se mantenga como brújula para la estrategia de largo plazo.
Hacia 2050, la Argentina enfrentará desafíos concretos en la proyección de su soberanía y sus capacidades estratégicas. La protección del Atlántico Sur y la Antártida, la garantía de recursos críticos —agua, energía, alimentos— y el desarrollo de infraestructura científica y militar son tareas que requieren definición clara y continuidad más allá de los ciclos políticos. No se trata de elaborar declaraciones formales, sino de articular acciones concretas que integren la geopolítica, la economía, la ciencia y la demografía en un proyecto coherente. La consolidación de capacidades tecnológicas y militares, la investigación estratégica en territorios extremos y la articulación regional con países vecinos son instrumentos que sostienen la independencia y fortalecen la posición de Argentina frente a actores externos.
La gran cuestión para el siglo XXI no es retórica: ¿cómo transformar los intereses nacionales permanentes en políticas sostenibles y efectivas? La respuesta dependerá de la capacidad de las distintas generaciones de dirigentes y ciudadanos de construir un plan estratégico que no se limite al corto plazo, que proteja los recursos vitales y que asegure la relevancia del país en su región y en el escenario internacional. La planificación estratégica, el conocimiento de los territorios y la consolidación de capacidades son hoy, más que nunca, condiciones para que la Argentina sea un Estado capaz de decidir sobre su propio destino.