Transición intersistémica: el conflicto como norma.

Por Mesa Editorial de la Revista FORTÍN\

El colapso del multilateralismo, el ascenso de las potencias y el lugar de Argentina en el nuevo tablero global. Entrevista a Gonzalo Salimena, director de la la Licenciatura en Defensa Nacional y el Centro de Estudios Interdisciplinarios Lucio V. Mansilla en la Universidad de la Defensa Nacional.

No asistimos a una reconfiguración pacífica del mundo, sino ante una competencia brutal entre potencias determinadas a redefinir las reglas del juego. En ese contexto, pensar la política internacional con categorías e instituciones nacidas al calor del siglo XX sería un error imperdonable”. Así comenzó la conversación con el autor del libro “La política internacional en el proceso de transición intersistémico”, en el que ensaya una tesis incómoda para quienes insisten en la vigencia del multilateralismo: el orden global está siendo cuestionado, y el sistema internacional vuelve a organizarse en torno a un principio ineludible, tan viejo como la política: la lucha por el poder. Sostiene una mirada crítica, anclada en el realismo político y sus vertientes, que se despliega tanto en sus intervenciones académicas como en sus asesoramientos en el Congreso de la Nación.


De lo unipolar a lo multipolar: la transición de los sistemas internacionales

La idea del sistema internacional ayuda a explicar cómo los grandes actores se organizan y disputan el poder en el mundo. “Un sistema unipolar es aquel donde un solo Estado domina la escena global, ejerciendo hegemonía militar y económica. El ejemplo más reciente y claro fue Estados Unidos tras la caída del Muro de Berlín, cuando se consolidó como la única superpotencia victoriosa de la guerra fría”. Sin embargo, ese momento unipolar fue efímero y difícilmente replicable.

Por otro lado, el sistema multipolar se caracteriza por la coexistencia de varios Estados con capacidades similares, ninguno con predominancia absoluta sobre otros. Este modelo, basado en el equilibrio de poder, fue el dominante desde la Paz de Westfalia en 1648 hasta prácticamente la Segunda Guerra Mundial. Durante ese largo período, Europa fue el centro de la política mundial, donde Inglaterra, Francia, España, Austria y luego Alemania y Rusia eran los protagonistas que alternaban en la influencia y conformaban alianzas para evitar que alguno de ellos alcanzara la hegemonía.

“La multipolaridad funcionaba con valores y principios compartidos —aunque la rivalidad y el conflicto eran una constante—, lo que permitía cierto orden, previsibilidad y límites a la violencia. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, el sistema cambió radicalmente. Apareció la bipolaridad, con dos superpotencias que se diferenciaban en sus capacidades del resto: Estados Unidos y la Unión Soviética”. En esta etapa, el conflicto ya no era solo una disputa por el poder dentro de un marco común, sino un choque entre dos sistemas políticos, económicos y sociales antagónicos. La Unión Soviética buscaba subvertir el orden establecido, mientras que Estados Unidos defendía los valores occidentales capitalistas.

Este conflicto bipolar, que duró casi medio siglo, estuvo marcado por tensiones indirectas, con guerras regionales y conflictos en terceros países más que enfrentamientos directos. La política de contención de Estados Unidos, ideada por George Kennan, respondía a la idea de que no se podía luchar en todos lados, por lo que había que seleccionar los intereses nacionales prioritarios, ya que las capacidades eran limitadas.

En las décadas de 1960 y 1970 se abrió un periodo de distensión, con diálogo y negociaciones entre ambos bloques y la incorporación de China como actor emergente, con una mirada estratégica a largo plazo. “China, con su sistema autocrático, supo planificar su ascenso con paciencia, diferente a la política occidental más cortoplacista”. Hoy vivimos un sistema internacional más complejo y heterogéneo, donde coexisten potencias tradicionales y emergentes: Estados Unidos, China, Rusia, India, Brasil, Japón, entre otras. Aunque en términos militares sigue predominando el poder estadounidense, la política internacional es una lucha constante por el poder, la influencia y la seguridad, que nunca desapareció.

Los jugadores cambian, pero la lógica persiste: “cada Estado busca asegurar su posición y ventajas en un escenario global que no deja de transformarse”.

Un punto clave: no toda transición implica progreso. “La idea de transición muchas veces es usada con una connotación benigna, como si estuviéramos yendo hacia algo mejor. Pero en política internacional, las transiciones son momentos de altísima tensión. Son rupturas del equilibrio anterior sin que haya claridad sobre cuál será el nuevo equilibrio. Lo nuevo coexiste con lo viejo por un tiempo”. Se refiere al orden que surgió de la posguerra y se consolidó durante la Guerra Fría. Un sistema bipolar, con reglas claras y límites reconocidos. “La Guerra Fría fue dura, pero estable. Las potencias sabían hasta dónde podían llegar. El equilibrio de poder funcionaba, y la disuasión nuclear funcionaba cuando se realizaba con un Estado que no podía responder de la misma forma. Hoy ese equilibrio, aunque existe, es más efímero”.

Para graficar el nuevo escenario, cita ejemplos concretos: la invasión rusa a Ucrania, el crecimiento de Irán en Medio Oriente, el fortalecimiento de India en Asia y la recuperación militar de Alemania y Japón. Asistimos a un sistema sin árbitro, donde cada cual refuerza sus capacidades para no quedar expuesto a una situación de inseguridad.

El director cuestiona al idealismo: “el error no es tener ideales, sino creer que en un mundo complejo y competitivo se puede proyectar una armonía sobre la base de una institución internacional que organice el sistema a partir de ello”. Eso fue lo que algunos idealistas creyeron después de 1989. Francis Fukuyama planteaba que el mundo caminaba hacia una convergencia democrática y pacífica, donde el conflicto desaparecería. Era el fin de la historia. Pero el mundo no converge: compite. Para Salimena, el conflicto no es la excepción, sino la norma. “Desde Tucídides hasta hoy, lo que existe es una constante: cuando hay una potencia en ascenso y otra en declive, el choque es inevitable”. El realismo no lo celebra, lo advierte.

Cita como referencia clave el libro The Twenty Years’ Crisis de Edward Carr: “La política internacional supone confrontación por el poder”. Nadie lo escuchó. Dos años después, estallaba la Segunda Guerra Mundial. A veces la lucidez llega antes de tiempo.

El poder como categoría estructurante

En 2024, el gasto militar mundial alcanzó los 2.718.000 millones de dólares, el mayor aumento anual desde el final de la Guerra Fría. Estados Unidos lidera con 997.000 millones, lo que representa el 37% del total global y el 66% del gasto de toda la OTAN. China, con una suba del 7%, alcanzó los 314.000 millones, concentrando la mitad del gasto militar en Asia y Oceanía. Rusia destinó 149.000 millones, lo que equivale al 19% de su gasto público total, mientras mantiene su ofensiva sobre Ucrania. Alemania incrementó su inversión en un 28%, llegando a 88.500 millones, en un intento por recuperar protagonismo estratégico en Europa. India, por su parte, consolidó su lugar como potencia regional con 86.100 millones de dólares, combinando capacidades nucleares, espaciales y convencionales.

“Todo esto no es casual. Es estructural. Los Estados responden al principio más básico del realismo: asegurar su supervivencia, y para eso necesitan poder, entendido en todas sus dimensiones: militar, económica, tecnológica, simbólica”. El caso de Suecia y Finlandia es revelador. “Dos países históricamente neutrales decidieron incorporarse a la OTAN. ¿Qué significa eso? Que el sistema ya no permite zonas grises. Que el costo de estar indefensos es mayor que el costo de alinearse”.

Argentina y la transición del sistema internacional

¿Cómo se piensa a sí misma la Argentina en un sistema internacional atravesado por la conflictividad estructural? Nuestro país vive un momento particular en su inserción internacional, en el que la política exterior y la defensa comienzan a articularse de un modo más visible y estratégico. Como señala el Dr. Gonzalo Salimena, “Argentina ha logrado insertarse en el mundo desde una visión que no es completamente nueva, sino que retoma aspectos históricos de nuestra política exterior, como la cercanía a Estados Unidos y Europa, que ya habíamos experimentado en la década del 90”. Ese vínculo con potencias hegemónicas, especialmente con Estados Unidos, Francia e Israel en materia de defensa, revela una continuidad y no un quiebre radical, aunque sí un mayor impulso para integrar la defensa dentro de la política exterior, algo novedoso para nuestro país.

“En gobiernos democráticos, la política exterior ha reflejado cambios electorales que a veces han variado ese acercamiento, pero la idea de mantener relaciones cercanas con organismos internacionales, Estados Unidos y países de Occidente nunca fue extraña para nuestro país. Sin embargo, la novedad radica en que hoy esta integración de la defensa a la política exterior abre un nuevo escenario donde la participación en foros internacionales y alianzas estratégicas —como la reciente aspiración a ser aliado global de la OTAN— puede traer beneficios concretos”. Entre ellos, Salimena destaca la modernización de las Fuerzas Armadas y la posibilidad de “participar en ejercicios conjuntos con las fuerzas más avanzadas y entrenadas del mundo”.

 

Este vínculo creciente con el bloque occidental y Estados Unidos, aunque suscita interrogantes sobre posibles compromisos en conflictos internacionales, no ha implicado hasta ahora un cambio radical en la tradicional política exterior pacifista argentina. “Aunque hemos tomado algunas posiciones en situaciones puntuales, como su participación en la Guerra del Golfo a principios de los 90, no se comprometió históricamente en enfrentamientos internacionales. Hoy en día los lineamientos de la defensa de Argentina son coherentes con la política exterior, y el país toma una postura clara y definida”, explica.

El desafío está en consolidar esta articulación entre defensa y política exterior para que Argentina logre “una inserción más activa y coherente, que no solo contribuya a su seguridad, sino que también le permita posicionarse mejor en la economía global y en las discusiones internacionales que definirán el futuro”. Este enfoque implica, en definitiva, repensar la defensa no como una cuestión aislada, sino como una pieza clave en el entramado de relaciones internacionales, “un trípode fundamental para el país que debe sostenerse y fortalecer su conexión con el mundo”.